plano de la casa de Samsa,

plano de la casa de Gregor Samsa, por Nabokov

martes, 2 de octubre de 2007

2 de octubre de 1911-Diarios de F.KAFKA-




Noche de insomnio. Es ya la tercera de la serie. Me duermo bien, pero una hora después me despierto como si hubiese metido la cabeza en un agujero equivocado. Estoy totalmente desvelado, tengo la sensación de no haber dormido nada o de haberlo hecho sólo bajo una fina membrana; de nuevo veo ante mí el trabajo de volver a dormirme y me siento rechazado por el sueño. Y desde este instante hasta cerca de las cinco, transcurre toda la noche en un estado en el que realmente duermo, pero a la vez me mantienen despierto unos sueños de gran intensidad. Duermo literalmente junto a mí, mientras yo mismo tengo que andar a golpes con los sueños. Hacia las cinco, se ha consumido el último rastro de somnolencia, y ya sólo sueño, lo que resulta más fatigoso que estar en vela. En resumen, me paso toda la noche en el estado en que se encuentra una persona sana unos breves instantes, antes de dormirse realmente. Cuando me despierto, todos los sueños se han congregado en torno a mí, pero evito pasarles revista en mi memoria. Con las primeras luces, suspiro sobre la almohada porque, por esta noche, se ha esfumado toda esperanza. Pienso en las noches a cuyo término era yo sacado del sueño profundo, y despertaba como si hubiese permanecido encerrado en el interior de una nuez.

Esta noche ha sido terrible la aparición de una niña ciega, al parecer hija de mi tía de Leimeritz, que por otra parte no tiene hijas, sino únicamente hijos, uno de los cuales se rompió una vez un pie. En cambio, sí había una relación entre esa niña y la hija del doctor Ms., la cual, como he comprobado últimamente, está en camino de dejar de ser una hermosa niña para convertirse en una muchachita gorda y vestida con envarada afectación. Esta niña, ciega o muy corta de vista, tenía ambos ojos cubiertos por unas gafas; el izquierdo, bajo una lente que quedaba bastante distanciada, era de un color gris lechoso y aparecía abombado; el otro se retraía y se hallaba cubierto por una lente ajustada a él. Para que esta lente quedase ópticamentre bien colocada, era necesario utilizar, en lugar del habitual gancho sostenido en la oreja, una palanca cuyo punto de sostén sólo podía fijarse en el pómulo; así, desde la lente bajaba una barrita hasta la mejilla, se introducía en la carne y acababa en el hueso, en tanto que otra barrita de alambre emergía de un lado y retrocedía hasta detrás de la oreja.

Creo que este insomnio se debe únicamente a que escribo. Ya que, por poco y por mal que escriba, estas pequeñas conmociones me sensibilizan; espcialmente al caer la noche, y más aún por la mañana, el soplo, la inmediata posibilidad de estados más importantes, más desgarradores, que podrían capacitarme para cualquier cosa, y luego, en medio del fragor general que hay en mi interior y al que no tengo tiempo de dar órdenes, no encuentro reposo. Al fin y al cabo este fragor no es más que una armonia contenida, reprimida, que, de ser liberada, me llenaría totalmente, y más aún, me desplegaría en la inmensidad y luego me seguiría llenando. Pero ahora este estado, junto a unas débiles esperanzas, sólo me causa perjuicios, puesto que mi ser no posee la resistencia suficiente para soportar la actual mescolanza, de día me ayuda el mundo visible, de noche me hace pedazos sin que nadie lo impida. En este aspecto, pienso siempre en París, donde en la época del asedio y posteriormente hasta la Comuna,la población de los suburbios del norte y el este, hasta entonces desconocida para los parisienses, en unos meses,literalmente de hora en hora, avanzó a sacudidas como las agujas de un reloj, llegando al mismísimo centro de París por las calles que la ponían en comunicación con él.

Mi consuelo - y con él me acuesto ahora- es que llevo mucho tiempo sin escribir; que por esta razón no he podido inscribir en mis actuales circunstancias esta actividad literaria; que sin embargo, con un poco de virilidad, tengo que conseguirlo, al menos provisionalmente.

Hoy estaba tan débil que incluso le he contado a mi jefe la historia de la niña. -Ahora recuerdo que las gafas del sueño proceden de mi madre, quien se sienta a mi lado por la noche y, mientras juega a las cartas, me dirige miradas no demasiado agradables bajo sus lentes de pinza. Sus lentes de pinza tienen incluso -lo que no recuerdo haber observado antes- la lente derecha más cerca del ojo que la izquierda.


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