a Paulo Ramos Filho, ahora ya en la infinitud inviolada de su palabra intradicha.
I
Al fin y ya desde el comienzo del amanecer se percibe que han ido apareciendo los mares. El mar que se insinúa blanquecino enla primera claridad siempre azuzada por el sol mas no siendo por él herida. El mar no es nunca una herida aun entrando como brazo en la tierra y aun ahilándose no hiere. Lame, abraza, surca como si él mismo fuera nave que se busca a sí misma. Y se derrama como espuma. La espuma su signo entre todos y su emblema si lo tuviera.
Y así las auroras se distinguen entre ser la aparción instantánea de una herida anunciadora de lucha, escisión y ruptura de las tinieblas en la finitud que se reitera, que se reiterará siempre, como si otra forma no hubiese de aparición de la luz, que esa irrupción. Y aquellas otras auroras que desde el amanecer se presentan como una forma de aquello que menos de por sí parece tenerla: el mar, los mares.
Un agua no sumergida trae la aurora, sin que por ello esté enalzada. Los mares intactos en su pureza originaria de antes de su sumisión a la tierra, a la tierra que conocemos victoriosa desde que mínimamente aparece. Surge la tierra en islas comno una hogada que al fin logra respirar. >Y respira en algunas islas todavía. Mas luego en otras recae en su natural, congénito proceso de erguirse, de endurecerse, de petrificar en fortaleza, en hacerse castillo inexpugnable.
Acrópolis, invicta. El minúsculo templo de Atenea Niké manifiesta abiertamente, como es propio de todo lo griego, esa victoria de la acrópolis misma que tuvo al fin que recibir su diosa. Tierra preparada por Zeus sin duda, sustraída a Poseidón para asentar a su Atenea, que tuvo que hacerse pájaro para señorear la tierra. Ave nocturna, insomne lechuza: el mar todavía en sus ojos.
II
Al fin y ya desde el comienzo del amanecer se percibe que han ido apareciendo los mares. El mar que se insinúa blanquecino enla primera claridad siempre azuzada por el sol mas no siendo por él herida. El mar no es nunca una herida aun entrando como brazo en la tierra y aun ahilándose no hiere. Lame, abraza, surca como si él mismo fuera nave que se busca a sí misma. Y se derrama como espuma. La espuma su signo entre todos y su emblema si lo tuviera.
Y así las auroras se distinguen entre ser la aparción instantánea de una herida anunciadora de lucha, escisión y ruptura de las tinieblas en la finitud que se reitera, que se reiterará siempre, como si otra forma no hubiese de aparición de la luz, que esa irrupción. Y aquellas otras auroras que desde el amanecer se presentan como una forma de aquello que menos de por sí parece tenerla: el mar, los mares.
Un agua no sumergida trae la aurora, sin que por ello esté enalzada. Los mares intactos en su pureza originaria de antes de su sumisión a la tierra, a la tierra que conocemos victoriosa desde que mínimamente aparece. Surge la tierra en islas comno una hogada que al fin logra respirar. >Y respira en algunas islas todavía. Mas luego en otras recae en su natural, congénito proceso de erguirse, de endurecerse, de petrificar en fortaleza, en hacerse castillo inexpugnable.
Acrópolis, invicta. El minúsculo templo de Atenea Niké manifiesta abiertamente, como es propio de todo lo griego, esa victoria de la acrópolis misma que tuvo al fin que recibir su diosa. Tierra preparada por Zeus sin duda, sustraída a Poseidón para asentar a su Atenea, que tuvo que hacerse pájaro para señorear la tierra. Ave nocturna, insomne lechuza: el mar todavía en sus ojos.
II
Arriba, en los cielos de la aurora, el mar se lava a sí mimso y se salva de ser un ente, de ser nombrado como osujeto. Ya no es él. Y en esa pureza su ser se expande en libertad. Son las aguas sin más, las que han quedado sin utilidad posible, creándose ellas su lugar a solas que a nadie quitan. Y por ello mismo quizá su presencia no avanza como una proposición, ni un enunciado, sino tal como será en alguna parte o en alguna región del tiempor anterior que haya quedado a flote. Lugares, tiempos del agua ensimismada en el olvido.
Mares los de la aurora que apenas se insinúan como todo aquello que cobró o tuvo o fue agraciado con su ser antes de que hubiera memoria. Y así llama a ese algo que alienta allá en el fondo del ser -¿sólo uno?- sin esconderse y sin mostrarse imperturbablemente desconocido, en su perfección. Pura perfección no tocada por esa ley que determina que toda manifestación se abra en el devenir: tiempo y luz coloreada, densidad y color, signos de que la semilla oculta brota. O la luz que se retira sin dar paso a la oscuridad y el tiempo que se queda detenido, un presente ilimitado, cuando las figuras de los seres se presentan.
Y mientras ella, la perfección misma no puede manifestarse: su presencia no está sumergida ni escondida. Sólo en los mares de la aurora sin fondo se ha quedado, y no puede tampoco por ello mismo ser soñada. Ya que los sueños vienen de la ocultación inmediata, tan cotidiana, aunque en algunos haya reminiscencias sin angustia de algo anterior a la ocultación primera. Pues que la angustia hace patente la ocultación relativa, la que llama a ser traspasada y hasta violada.
La angustia de la que sólo hundiéndose en el no-ser de donde ella vino, se libra él por ella ganado de arrojarse a la acción extemporánea, violenta. Y el no-ser, ya que no puede verterse en el tiempo ni siquiera en la atemporalidad, se vierte en la extemporalidad, vengativa: la venganza que logra contra la vida ya que contra el ser no puede. Y "crea" ese cuchillo de lo extemporáneo capaz de arrancar el cuerpo de lo vivo.
III
La perfección dejada en el olvido cuando no había soledad. Y ahora, despue´s del remoto entonces, tiembla a solas defendida tan sólo por ser irreconocible.
Desconocida que en todo desconocido que se asoma se esconde, haciendo impenetrable al desocnocido mismo, borrando su rostro, desvaneciendo su forma o reduciéndola hasta convertirla en un punto: en un solo punto, eso sí, indeleble. Un punto en la infinitud inviolada. París, 1979 de Algunos lugares de la pintura. María Zambrano. Edit. Acanto. Este texto se publicó en el libro "Antes de la ocultación. Los mares" con obras de Baruj Salinas, F.Farreras, Ráfols Casamada y otros pintores.
La perfección dejada en el olvido cuando no había soledad. Y ahora, despue´s del remoto entonces, tiembla a solas defendida tan sólo por ser irreconocible.
Desconocida que en todo desconocido que se asoma se esconde, haciendo impenetrable al desocnocido mismo, borrando su rostro, desvaneciendo su forma o reduciéndola hasta convertirla en un punto: en un solo punto, eso sí, indeleble. Un punto en la infinitud inviolada. París, 1979 de Algunos lugares de la pintura. María Zambrano. Edit. Acanto. Este texto se publicó en el libro "Antes de la ocultación. Los mares" con obras de Baruj Salinas, F.Farreras, Ráfols Casamada y otros pintores.
Imagen: Miguel Ruibal
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