Por primera vez después de algunos días, la inquietud de nuevo, incluso ante estas líneas. Furor contra mi hermana, que entra en la habitación y se sienta junto a la mesa con un libro. Espera de la primera y mínima ocasión para deshacerse de este furor. Finalmente ella toma una tarjeta de visita de la bandeja y se escarba con ella la dentadura. Con furor decreciente, del que sólo me queda un acre vapor en la cabeza, y con un alivio y una confianza incipientes, me pongo a escribir.
Anoche, en el Café Savoy*. Reunión de judíos. -La señora K., "imitadora de personajes masculinos". Con caftán, pantalón corto negro, medias blancas,una camisa blanca, de lana fina, que asoma del negro chaleco, abrochada en el pecho por un botón hecho de hebras de hilo, y que luego se abre formando un cuello ancho, holgado, de largas puntas. Sobre la cabeza, ciñéndole el pelo femenino, pero necesario de todos modos, y también sobre la cabeza de su marido, un gorrito oscuro, sin reborde; encima, un gran sombrero blando, de color negro, con el ala doblada hacia arriba. -En realidad no sé qué personajes representan ella y su marido. Si quisiera explicárselo a alguien a quien no deseara confesar mi ignorancia, diría que los tengo por unos servidores de parroquia, por empleados del templo, haraganes con quienes la comunidad ha llegado a un acuerdo, parásitos privilegiados por alguna razón religiosa, gentes que, a causa de sus correrías inútiles y siempre al acecho, saben muchas canciones, conocen al dedillo las relaciones existentes entre todos los miembros de la comunidad, pero a causa de su falta de conexión con la vida profesional y laboral, no son capaces de emprender nada con tales conocimientos; gentes que son judíos de una manera especialmente pura, sólo porque viven en la religión, pero sin esfuerzo, comprensión ni dolor. Parecen hacer burla de todo el mundo, se ríen cuando acaba de ser asesinado un noble judío, se venden a un renegado, bailan llevándose las manos a las patillas de puro gozo cuando el asesino desenmascarado se envenena y clama a Dios, y todo lo hacen simplemente poruqe son ligeros como una pluma, porque se derrumban a la menor presión, son sensibles, lloran en seguida con la cara seca (se deshacen en llanto entre muecas); pero así que la presión desaparece, demuestran ser gente sin ningún peso, y tienen que remontarse inmediatamente de un salto.
Por ello deben de haber causado realmente muchas molestias en una obra seria, como lo es Meschumed** de Lateiner, porque siempre se plantan con toda su estatura, y a menudo saltando de puntillas con ambas piernas en el aire, en primer término del escenario, y no favorecen la tensión de la obra, sino que la destrozan. Y en cambio, la seriedad de la obra se pone de manifiesto con palabras tan redondeadas, tan equilibradas aun con toda su posible improvisación, tan tensas por un sentimiento unitario, que, aunque la acción se desenvuelva únicamente al fondo de la escena, siempre se salva su significado. Ocurre más bien que, de vez en cuando, los dos de caftán quedan sofocados como corresponde a su naturaleza y, a pesar de sus brazos extendidos y de sus dedos que castañetean, uno ve al fondo, únicamente, al asesino que, con el veneno en el cuerpo y la mano en el cuello de la camisa, por otra parte demasiado ancho, se tambalea hacia la puerta.
Las melodías son largas, el cuerpo se confía, se abandona a ellas con placer. A causa de su longitud, que se produce de un modo ininterrumpido, los movimientos que mejor le van son el balanceo de caderas, los brazos extendidos que suben y bajan siguiendo el compás de una respiración pausada, el acercamiento de las palmas de las manos a las sienes y la huida cuidadosa de todo contacto. Recueda un poco el Schlapak***.
Algunas canciones, la expresión "hijo de Israel", alguna que otra mirada de esta mujer que, desde elpodio, por el hecho de ser judía, nos atrae a los espectadores, porque también somos judíos, sin nostalgia o curiosidad por los cristianos, todo ello me produjo un temblor en las mejillas. El representante del gobierno, que con excepción de un camarero y dos criadas situadas a la izquierda del escenario, tal vez sea el único cristiano de la sala, es un pobre hombre, dominado por un tic facial que, especialmente en la parte izquierda del rostro (aunque arrastrando gran parte de la derecha), contrae y distiende la cara con la casi despiadada velocidad, quiero decir con la misma fugacidad que la aguja segundera del reloj, y también con idéntica regularidad. Cuando le llega al ojo izquierdo, casi lo borra. Para esta contracción, se le han desarrollado en la cara, por otra parte completamente ajada, unos pequeños músculos nuevos.
La melodía talmúdica con sus preguntas precisas, sus conjuros o explicaciones: por un tubo pasa el aire y se lleva el tubo, mientras se vuelve hacia el interrogado, dede unos inicios tan diminutos y remotos, una gran rosca, orgullosa en su totaliad, humilde en sus espirales.
* Se trata aquí de una compañía ambulante de actores judíos orientales que, desde entonces, tuvo importancia en la vida y en la evolución de Kafka. La compañía utilizaba para sus actuaciones un pequeño café de poca categoría. En mayo de 1910, Kafka y yo habíamos visto representaciones semejantes en el mimso café, efectuadas por otra compañía.
** El bautizado (literalmente, El destruido). -Puede que no sea injustificado ver en las dos figuras que aquí se describen, y que constituyen una especie de coro, el primer esbozo de los dos "ayudantes" de la novela El castillo.
***Danza popular checa.
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