En la esquina de una calle, Karl vio un cartel con el siguiente anuncio:"¡En el hipódromo de Clayton se contrata hoy, desde las seis de la mañana hasta medianoche, personal para el teatro de Oklahoma! ¡El gran teatro de Oklahoma os llama! ¡Solo hoy os llama, solo una vez! ¡Quien pierda la oportunidad ahora, la habrá perdido para siempre! ¡Quien piense en su futuro es de los nuestros! ¡Todo el mundo es bienvenido!¡Quien quiera ser artista, que se presente!¡Somos el teatro que puede emplear a todos, a cada uno en su puesto!¡Felicitamos ya a quien se decida por nosotros!¡Pero daos prisa, para que podáis entrar antes de medianoche! ¡A las doce se cerrará todo, para no abrirse más! ¡Maldito sea quien no nos crea! ¡Hacia Clayton!".
Había mucha gente ante el cartel, pero este no parecía tener mucho éxito. Había tantos carteles:en los carteles no creía ya nadie. Y aquel cartel era más inverosímil aún de lo que suelen ser los carteles. Tenía sobre todo un gran defecto y era que no decía nada de la remuneración. Si esta hubiera sido un poco digna de mención, el cartel la hubiera mencionado sin duda; no hubiera olvidado lo más atractivo. Nadie quería ser artista, pero todos querían ser pagados por su trabajo.
Sin embargo, para Karl el cartel tenía un gran atractivo. "Todo el mundo es bienvenido", decía. Todo el mundo, es decir, también Karl. Todo lo que había hecho hasta entonces quedaría olvidado, nadie se lo reprocharía. ¡Podía presentarse para un trabajo que no era vergonzoso y que, por el contrario, se podía anunciar públicamente. Y, de forma igualmente pública, prometían aceptarlo también a él. Karl no pedía nada más; quería encontrar de una vez el comienzo de una carrera decente y quizá era eso lo que se le ofrecía. Era posible que todas las palabras pomposas del cartel fueran mentira, podía ser que el gran teatro de Oklahoma fuera solo un pequeño circo ambulante; pero quería contratar gente y eso bastaba. Karl no leyó el cartel por segunda vez, pero buscó de nuevo la frase "Todo el mundo es bienvenido".
Primero pensó en ir a Clayton a pie, pero habrían sido tres horas de marcha fatigosa y posiblemente habría llegado justo a tiempo para enterarse de que habían cubierto ya todos los puestos disponibles. La verdad era que, según el cartel, el número de los que podían contratar era ilimitado, pero esas ofertas de empleo estaban redactadas siempre de ese modo. Karl comprendió que tendría que renunciar al puesto o ir en un medio de transporte. Volvió a contar su dinero: sin ese viaje, le hubiera bastado para ocho días y por eso removió de un lado a otro las moneditas en la palma de la mano. Un señor que lo había observado le dio una palmadita en la espalda y dijo: "Que tenga mucha suerte en su viaje a Clayton". Karl asintió en silencio y siguió contando. Sin embargo,pronto se decidió, contó el dinero necesario para el viaje y corrió al ferrocarril subterráneo.
Cuando salió en Clayton, oyó enseguida el estrépito de muchas trompetas. Era un ruido confuso: las trompetas no estaban afinadas entre sí, pero tocaban sin consideraciónb alguna. Eso, sin embargo, no molestó a Karl; más bien lo confirmó en la idea de que el teatro de Oklahoma era una gran empresa. Pero cuando salió de la estación y miró todo el terreno que tenía delante, vio que todo era mucho mayor aún de lo que habría podido imaginarse y no comprendió cómo una empresa podía hacer semejantes gastos solo con el fin de contratar personal. Ante la entrada del hipódromo habían levantaddo una plataforma larga y baja, sobre la que cientos de mujeres vestidas de ángeles, con telas blancas y grandes alas a la espalda, soplaban largas trompetas relucientemente doradas. Sin embargo, no estaban sobre la plataforma misma, sino que cada una permanecía de pie sobre un pedestal que no se veía, porque los largos paños ondulantes del vestido de los ángeles lo ocultaban por completo. Ahora bien, como los pedestales eran muy altos, por lo menos hasta de dos metros, aquellas figuras de mujer parecían gigantescas, y solo sus pequeñas cabezas estorbaban un poco esa impresión de grandeza, lo mismo que el cabello suelto les colgaba demasiado corto y casi ridículo entre las grandes alas y a ambos costados. Para evitar la uniformidad, habían utilizado pedestales de tamaños muy distintos: había mujeres muy bajas, no mucho mayores que al natural, pero junto a ellas se alzaban otras de tal altura que parecían en peligro ante la más leve ráfaga de viento. Y todas aquellas mujeres soplaban sus trompetas.
No había muchos oyentes. Pequeños en comparación con aquellas grandes figuras, unos diez muchachos iban de un lado oa otro ante la plataforma, mirando a las mujeres. Se mostraban unos a otros esta o aquella, pero no parecían tener intención de entrar y hacerse contratar. Solo se veía a un hombre anciano, un tanto apartado. Había traído también a su mujer y a un niño en su cochecito. La mujer tenía agarrado con una mano el cochecito y se apoyaba con la otra en el hombro de su marido. Admiraban el espectáculo, pero sin embargo se veía que estaban decepcionados. Sin duda habían esperado también encontrar una oportunidad de trabajo,pero aquel resonar de trompetas los desconcertaba.
Karl estaba en la misma situación. Se acercó al homnbre, escuchó un poco las trompetas y dijo:"¿Es aquí donde contratan gente para el teatro de Oklahoma?". "Eso creo también", dijo el hombre, "pero llevamos una hora esperando ya, sin oír más que esas trompetas. Por ninguna parte se ve un cartel, por ninguna un anunciante, por ninguna nadie que pueda informar". Karl dijo: "Tal vez esperen a que venga más gente. Realmente todavía hay muy pocos". "Es posible", dijo el hombnre, y volvieron a guardar silencio. Además, era muy difícil entender nadda con aquel ruido. Pero entonces la mujer susurró algo a su marido, él asintió y ella dijo enseguida a Karl:"¿No podría ir al otro lado, al hipódromo, y preguntar dónde es la contratación?". "Sí", dijo Karl, "pero tendría que atravesar la plataforma entre los ángeles." "¿Y eso es tan difícil?", preguntó la mujer. El camino le parecía fácil para Karl, pero no quería enviar a su marido. "Bueno", dijo Karl, "iré". "Es usted muy amable", dijo la mujer y, lo mismo que su marido, estrechó la mano de Karl. Los muchachos acudieron corriendo, para ver de cerca cómo subía Karl a la plataforma. Pareció como si las mujeres tocasen más fuerte para saludar a aquel primer solicitante de empleo. Aquellas junto a cuyo pedestal pasaba Karl se quitaban incluso la trompeta de la boca y se inclinaban a un lado para poder seguirlo con la vista en su camino. Karl vio, al otro oextremo dela plataforma, a un hombre que iba inquieto de un lado a otro y que, evidentemente, solo esperaba a la gente para darle toda la información que quisiera. Karl se disponía ya a ir hacia él cuando oyó, arriba, pronunciar su nombre: "¡Karl!", exclamó un ángel. Karl levantó la vista y empezó a reírse de la alegre sorpresa; era Fanny. "¡Fanny!", exclamó, saludándola con la mano. "Ven aquí", exclamó Fanny. "No querrás pasar de largo". Y abrió sus paños de forma que quedaron al descubierto el pedestal y una pequeña escalera que subía hasta él. "¿Está permitido?", preguntó Karl. "¿Quién podría impedirnos que nos diéramos la mano?", exclamó Fanny, mirando a su alrededor enfadada por si había alguien que quisera notificarle esa prohibición. Pero Karl subía ya por la escalera. "Más despacio", exclamó Fanny, "porque nos caeremos el pedestal y nosotros". Sin embargo no ocurrió nada y Karl llegó felizmente al último escalón. "Ya ves", dijo Fanny después de que se hubieron saludado, "ya ves qué trabajo he encontrado." "Es muy bonito", dijo Karl, mirando a su alrededor. Todas las mujeres que estaban cerca hab ían observado ya la presencia de Karl y se reían sofocadamente. "Eres casi la más alta", dijo Karl extendiendo la mano para calcular la altura de las otras. "Te he visto enseguida", dijo Fanny, "en cuanto saliste de la estación, pero por desgracia estoy aquí, en la últma fila, y no se me ve, y tampoco podía gritar. He tocado especialmente fuerte, pero nio mne has reconocido." "La verdad es que todas tocáis mal", dijo Karl, "déjame probar." "Claro", dijo Fanny, dándole la trompeta, "pero no estropees el coro, porque me despedirán." Karl comenzó a tocar; había pensado que sería una trompeta toscamente fabricada, destinada solo a hacer ruido, pero resultó que era un instrumenbto con el que se podían lograr casi todos los matices. Si todos los instrumentos eran de la misma calidad, los estaban utilizando muy mal. Karl, sin dejarse molestar por el ruido de las otras, tocó a pleno pulmón una canción que había escuchado un día en algún lado, en una taberna. Se sentía alegre de haber encontrado a una vieja amiga, de tener el privilegio de poder tocar la trompeta ante todos y, posiblemente, de poder tener pronto un buen puesto. Muchas mujeres dejaron de tocar y escucharon; cuando de pronto se interrumpió, apenas la mitad de las trompetas estaban en acción, y solo paulatinamente volvió a producirse todo aquel estrépito. "Eres un artista", dijo Fanny cuando Karl le devolvió el instrumento. "Haz que te contraten como trompeta." "¿Aceptan también a hombres?", preguntó Karl.
"Sí", dijo Fanny, "tocamos dos horas. Luego nos sutituyen hombres vestidos de diablos. La mitad toca la trompeta y la mitad el tambor. Es muy bonito, lo mismo que, en general, el espectáculo entero es precioso. ¿No son bonitos también nuestros vestidos? ¿Y las alas?". Se miró a sí misma. "¿Crees que yo también conseguiré un puesto?", preguntó Karl. "Sin duda alguna", dijo Fanny, "al fin y al cabo es el mayor teatro del mundo. Qué suerte que estemos juntos otra vez. Aunque dependerá del puesto que te den. Sería posible también que, aunque estuviéramos los dos empleados, no nos viéramos." "¿Tan grande es realmente todo?", preguntó Karl. "Es el mayor teatro del mundo", dijo Fanny otra vez. "A decir verdad, yo no lo he visto todavía, pero muchas de mis compañeras, que han estado ya en Oklahoma, dicen que casi no tiene límites." "Sin embargo, se presenta muy poca gente", dijo Karl, señalando abajo a los muchachos y la pequeña familia. "Es cierto", dijo Fanny, "pero piensa que contratamos en todas las ciudades, que nuestro grupo de reclutamiento viaja continuamente y que además hay muchos de esos grupos." "¿Entonces ¿todavía no se ha inaugurado el teatro?" "Oh, sí", dijo Fanny, "es un viejo teatro, pero lo amplian continuamente." "Me asombra que no haya más gente que acuda." "Sí", dijo Fanny, "es curioso." "Quizá", dijo Karl, "ese despliegue de ángeles y demonios asusta más que atrae." "¿Por qué piensas eso?", dijo Fanny. "Pero es posible. Díselo a nuestro jefe, porque quizá le sea útil." "¿Dónde está?", preguntó Karl. "En el hipódromo", dijo Fanny, "en la tribuna de jueces." "Eso me sorprende también", dijo Karl, "¿por qué se hace la contratación en un hipódromo?" "Sí", dijo Fanny, "en todas partes hacemos los mayores preparataivos para recibir la mayor de las afluencias. Y en el hipódromo hay mucho sitio. En todas las ventanillas en donde normalmente se hacen las apuestas, se han instalado oficinas de contratación. Debe de haber más de doscientas." "Pero", exclamó Karl, "¿tiene el teatro de Oklahoma tantos ingresos como para poder mantener tantos grupos de reclutamiento?" "¿Qué nos importa?", dijo Fanny. "Pero ahora, Karl, ve para que no te pierdas nada; yo tengo que seguir tocando. Trata de conseguir en cualquier caso un puesto en este grupo, y ven enseguida a decírmelo. Piensa que estaré esperando la noticia con mucha impaciencia." Le estrechó la mano, lo exhortó a bajar con prudencia y se llevó de nuevo la trompeta a los labios, aunque no siguió tocando hasta ver a Karl sano y salvo en el suelo. Karl volvió a poner los paños sobre la escalera como estaban antes, Fanny le dio las gracias con un gesto de cabeza y Karl, pensando diversas cosas sobre lo que acababa de oír, se dirigió hacia el hombre que lo había visto ya junto a Fanny y se había acercado al pedestal para esperarlo. (continuará la transcripción)
Tomado de El desaparecido-Der Verschollene,(novela mal llamada anteriormente América)-Franz KAFKA; trad. Miguel Sáenz- edit. De bolsillo-
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