"¿Quiere ser uno de los nuestros?", preguntó el hombre. "Soy el jefe de personal de este grupo y le doy la bienvenida." Permanecía un poco inclinado, como por cortesía, bailoteaba, aunque no se movía del sitio y jugaba con la cadena de su reloj. "Gracias", dijo Karl, "he visto el cartel de su compañía y vengo a presentarme, como se pedía." "Muy acertado", dijo el hombre con satisfacción, "por desgracia no todo el mundo se comporta de esa forma tan acertada." Karl pensó que podía decirle ahora que, posiblemente los reclamos del grupo de reclutamiento tenian poco éxito por su magnificencia. Sin embargo, no dijo nada, poruqe aquel hombre no era el jefe del grupo y además hubiera sido poco recomendable qeu él, que todavía no estaba aceptado, comenzara a hacer propuestas de mejora. Por eso se limitó a decir: "Fuera está esperando otro que quiere presentarse también y me ha enviado por delante. ¿Puedo ir a buscarlo?". "Naturalmente", dijo el hombre, qe pareció sonreír ante las dudas de Karl. "Podemos emplear a todos". "Vuelvo enseguida", dijo Karl, y regresó corriendo al borde de la plataforma. Hizo seña a la pareja y les gritó que vinieran todos. Ayudó a subir el cochecito a la plataforma y todos juntos se acercaron. Los muchachos, al verlo, se consultaron y luego lentamente, dudando hasta el último momento, subieron a la plataforma, con las manos en los bolsillos, siguiendo por fin a Karl y la familia. En aquel momento salieron de la estaci´n nuevos pasajeros, que levantaron los brazo asombrado al ver la plataorma con los ángeles. Después de todo, parecía que la competencia por los puestos sería ahora más intensa. Karl se alegró mucho de haber venido tan temprano, quizá el primero; la pareja se mostraba temerosa y le hizo varias preguntas sobre si exigian mucho. Karl dijo que no sabía nada concreto, pero su impresión era que realmene contrataban a todo el mundo sin excepción. Creía que se podía confiar.
El jefe de personal venía ya hacia ellos; estaba muy contento de que llegaran tantos; se frotó las manos, saludó a todos, uno por uno, con una pequeña inclinación, y los hizo ponerse en fila. Karl era el primero, luego venía la pareja y solo después los demás. Cuando todos se hubieron colocado -los muchachos se empujaban al principio unos a otros, e hizo falta un momento para qeu se calmaran-, el jefe de personal dijo, mientras las trompetas enmudecían: "Los saludo en nombre del teatro de Oklahoma. Han llegado pronto" -sin embargo era ya mediodía- "y la aglomeración no es grande aún, por lo que las formalidades de su contratación terminarán enseguida. Naturalmente, llevarán todos encima sus documentos de identidad". Los muchachos sacaron enseguida algunos papeles del bolsillo y los agitaron ante el jefe de personal; el hombre casado dio un codazo a su mujer, que sacó de debajo del edredón del cochecito de niño todo un fajo de papeles; pero Karl no tenía. ¿Sería eso un impedimento para que lo contrataran? No era improbable. De todas formas, sabía por experiencia que, si se es un poco decidido, se puede eludir fácilmente esa clase de normas. El jefe de personal inspeccionó la fila, se cercioró de que todos tenían papeles y como Karl levantó la mano, aunque vacía, supuso que también en su caso todo estaba en orden. "Está bien", dijo entonces el jefe, alejando con un gesto a los muchachos que querían que se examinaran enseguida sus papeles, "los documentos serán comprobados ahora en las oficinas de contratación. Como habrán visto ya por nuetro cartel, podemos emplear a todos. Sin embargo, naturalmente tenemos que saber qué ocupación ha tenido hasta ahora cada uno, para poder colocarlo en el lugar apropiado, en donde pueda sacar partido de sus conocimientos". "Al fin y al cabo es un teatro", pensó Karl dudoso, y escuchó con mucha atención. "Por eso", continuó el jefe de personal, "hemos convertido esas ventanillas de apuestas en oficinas de contratación, una para cada grupo de profesiones. Así pues, cada uno de ustedes me dirá ahora la suya; la familia irá por lo general a la oficina de contratación del marido; luego los llevaré a las oficinas, en donde expertos comprobarán sus papeles y sus conocimientos... Una comprobación muy breve, nadie tiene nada que temer. Allí los contratarán enseguida y recibirán otras instrucciones. Vamos a empezar. Esta primera oficina, como dice su letrero, está destinada a los ingenieros. ¿Hay quizá algún ingeniero entre ustedes?" Karl levantó la mano. Creía que como no tenía papeles, tenía que esforzarse por acelerar las formalidades cuanto pudiera; y tenía cierta justificación para presentarse, porque había querido ser ingeniero. Sin embargo, cuando los muchachos vieron que Karl levantaba la mano, sinteiron envidia y levantaron la mano también, la levantaron todos. El jefe de personal se enderezó cuan largo era y dijo a los muchachos: "¿Son ustedes ingenieros?". Todos bajaron entonces la mano despacio, pero Karl la mantuvo levantada. El jefe de personal lo miró sin duda con incredulidad, porque Karl le pareció demasiado lamentablemente vestido y también demasiado joven para ser ingeniero, pero no dijo nada, quizá por gratitud porque Karl, al menos en su opinión, le había traído a los solicitantes. Se limitó a señalar invitadoramente hacia la oficina y Karl se dirigió hacia allí, mientras el jefe se volvía hacia los otros.
En la oficina para ingenieros había dos hombres sentados a ambos lados de un pupitre rectangular que comparaban dos grandes registros situados ante ellos. Uno leía en voz alta y el otro iba tachando en su registro el nombre leído. Cuando Karl apareció ante ellos y los saludó, dejaron inmediatamente los registros y cogieron otros libros grandes, que abrieron de par en par. Uno de ellos, al parecer solo el secretario, dijo: "Por favor, sus documentos de identidad". "Por desgracia no los llevo encima", dijo Karl. "No los lleva encima", dijo el secretario al otro señor, anotando enseguida la respuesta en el libro. "¿Es usted ingeniero?", preguntó entonces el otro, que parecía el jefe de la oficina. "No lo soy aún", dijo Karl deprisa, "pero... "Basta, dijo el señor todavía mucho más deprisa, "entonces no debe estar en esta oficina. Le ruego que mire el letrero." Karl apretó los dientes, y el señor debió de notarlo porque dijo: "No hay motivo para inquietarse. Podemos emplear a todos". E hizo un gesto a uno de los criados que vagaban entre las barreras sin nada que hacer:"Lleve a este señor a la oficina de personas con conocimientos técnicos". El criado interpretó la orden literalmente y cogió a Karl de la mano. Pasaron entre muchas casetas, y en una Karl vio a uno de los muchachos, que había sido ya aceptado y estrechaba la mano de los señores que había allí. En la oficina a la que llevaron a Karl, el trámite, como Karl había previsto, fue semejante al de la primera oficina. Solo que, como supieron que había ido a un instituto de enseñanza secundaria, de allí lo enviaron a la oficina para ex estudiantes de enseñanza secundaria. Sin embargo, cuando Karl dijo en esta nueva oficina qaue había ido a un instituo europeo de enseñanza secundaria, se declararon también incompetentes y lo enviaron a la oficina para estudiantes europeos de enseñanza secundaria. Era una caseta en el extremo más alejado del hipódromo, no solo más pequeña sino incluso más baja que todas las demás. El criado que lo había llevado hasta allí estaba furioso por la larga conducción y los muchos rechazos, de los que, en su opinión, la culpa era solo de Karl. No esperó ya al interrogatorio, sino que enseguida se fue corriendo. Aquella oficina era también, sin duda, el último refugio. Cuando Karl vio al jefe, casi se asustó por el parecido que tenía con un profesor que, probablemente, todavía enseñaba en un instituto de enseñanza secundaria de su país. A decir verdad, como se vio enseguida, el parecido consistía solo en detalles, pero las gafas que descansaban sobre la ancha nariz, la barba rubia, cuidada como un objeto precioso,la espalda suavemente inclinada y la voz fuerte, de chasquidos siempre inesperados, hicieron que Karl se sorprendiera por un momento. Afortunadamente, no tuvo que prestar mucha atención, porque las cosas fueron allí más fáciles que en las otras oficinas. Es cierto que también allí anotaron que faltaban sus documentos de identidad,lo que el jefe de la oficina calificó de negligencia incomprensible, pero el secretario, que era quien tenía la última palabra, lo pasó rápidamente por encima y, tras unas preguntas breves del jefe y cuando este se disponía a hacer otra más importante, declaró a Karl contratado. El jefe, con la boca abierta, se volvió hacia el secretario,pero este hizo un ademán concluyente, repitió: "Aceptado" y anotó enseguida la decisión en el libro. Evidentemente, el secretatrio opinaba que ser estudiante europeo de enseñanza secundaria era ya algo tan ignominioso que se podía creer sin más a cualquiera que confesara serlo. Karl, por su parte, no tenía nada que objetar, fue hacia él y quiso darle las gracias. Sin embargo, hubo otro pequeño retraso cuando le preguntaron su nombre. Karl no respondió enseguida, le repugnaba dar su verdadero nombre y dejar que lo anotaran. Cuando tuviera unpuesto, por pequeño que fuera, y lo hubiera desempeñado satisfactoriamente, podrían saber su nombre, pero ahora no; durante demasiado tiempo lo había guardado en silencio para ir a revelarlo ahora. Por ello, como en ese instante no se le ocurrió otro nombre, dio el apodo que tenía en sus últimos empleos: "Negro". "¿Negro?", preguntó el jefe, volvió la cabeza e hizo una mueca, como si Karl hubiera llegado al colmo de loincreíble. También el secretario miró a Karl un momento escrutadoramente, pero luego repitió "Negro", y anotó el nombre. "No habrá escrito Negro", le increpó el jefe. "Sí, Negro", dijo el secretario tranquilamente, haciendo un gesto con la mano, como si el resto le correspondiera al jefe. El jefe se contuvo, se puso de pie y dijo: "Así pues, el teatro de Oklahoma...", pero no pudo seguir, no podía hacer nada contra su conciencia; se sentó y dijo: "No se llama Negro" El secretario enarcó las cejas, sepuso en pie a su vez y dijo:"No se llama Negro". El secretario enarcó las cejas,se puso en pie a su vez y dijo: "Entonces le comunico que el teatro de Oklahoma lo contrata y que va a ser presentado ahora a nuestro jefe". Otra vez llamaron al criado, que llevó a Karl a la tribuna de los jueces.
Abajo, junto a la escalera, Karl vio el cochecito de niño, y precisamente en aquel momento bajaba la pareja, la mujer con el niño en brazos. "¿Lo han contratado?", preguntó el hombre; se mostraba mucho más vivo que antes, y también la mujer lo miró sonriente por encima del hombro. Cuando Karl respondió que acaban de contratarlo e iba a ser presentado, el hombre dijo: "Entonces lo felicito. También a nosotros nos han contratado, parece ser una buena empresa, aunque es verdad que uno no se puede acostumbrar a todo enseguida, pero así ocurre en todas partes". Se dijeron otra vez "Hasta la vista" y Karl subió a la tribuna. Andaba lentamente, porque el pequeño espacio que había arriba parecía estar repleto de gente y no quería entrometerse. Incluso se detuvo y miró la gran pista que se extendía en todas direcciones hasta los lejanos bosques. Sintió de pronto deseos de ver una carrera de caballos; en América no había encontrado ninguna oportunidad para ello. En Europa lo habían llevado a una carrera una vez, cuando era pequeño, pero solo era capaz de recordar que su madre lo había arrastrado entre muchas personas que no querían apartarse. Así pues, en realidad no había visto ninguna carrera. Detrás de él, una maquinaria comenzó a chirriar, se volvió y vio alzar en el aparato en el que durante las carreras se anunciaban los nombres de los ganadores el siguiente letrero: "El comerciante Kalla con mujer e hijo". Así pues, allí se comunicaban a las oficinas los nombres de los contratados.
En ese momento, varios señores bajaban corriendo las escaleras, con lápices y blocs en la mano, hablando entre sí animadamente; Karl se apretó contra la barandilla para dejarlos pasar y subió, porque habia quedado sitio arriba. En un rincón de la plataforma provisto de una barandilla de madera -el conjunto parecía el techo plano de una pequeña torre-, estaba sentado, con los brazos extendidos a lo largo de la barandilla, un señor al que le cruzaba el pecho una banda de seda amplia y blanca con la inscripción: "Jefe del X Grupo de Reclutamiento del Teatro de Oklahoma" Junto a él, sobre una mesita, había un aparato telefónico que sin duda se utilizaba también en las carreras, por medio del cual el jefe, evidentemente, conocía todos los datos necesarios sobre los distintos candidatos antes de que se presentaran, porque de momento no hizo preguntas a Karl, sino que dijo a un señor que, con las piernas cruzadas y la mano en el mentón, se apoyaba junto a él: "Negro, un estudiante europeo de enseñanza secundaria". Y como si con ello considerase liquidado a Karl, que se inclinó profundamente, echó una ojeada escaleras abajo, para ver si subía alguien más. Como no subía nadie, prestó atención de cuando en cuando a la conversación que el otro señor sostuvo con Karl, pero la mayor parte del tiempo miraba hacia la pista de carreras, dando golpecitos con los dedos sobe la barandilla. Aqueloso dedos delicados y sin embargo fuertes, largos y ágiles atraían a veces la atención de Karl, a pesar de que el otro señor la reclamaba bastante.
"¿Estaba desempleado?", preguntó en primer lugar el señor. Esa pregunta, como casi todas las otras que le hizo, era muy sencilla y totalmente inofensiva y, además, las respuestas no eran comprobadas mediante otras preguntass incidentales; sin embargo, el señor, por la forma en que las formulaba con los ojos muy abiertos y el modo en que observaba su efecto echando el tronco hacia delante mientras escuchaba y repetía de vez en cuando las respuestas con la cabeza hundida sobre el pecho, sabía darles una significación especial, que sin duda no se entendía, pero cuya sospecha obligaba a ser prudente y circunspecto. Ocurría con frecuencia que Karl se sintiera empujado a retirar una respuesta dada, sustituyéndola por otra que quizá encontrase mejor acogida, pero siempre se contuvo, porque sabía la mala impresión que esa vacilación tenía que dar y, además, el efecto de las respuestas era en gran parte imprevisible. Por otra parte, su contratación parecia estar ya decidida, y saberlo le servía de apoyo.(continuará la transcripción)
Tomado de El desaparecido-Der Verschollene,(novela mal llamada anteriormente América)-Franz KAFKA; trad. Miguel Sáenz- edit. De bolsillo-
2 comentarios:
Gracias por este viaje al desasosiego fecundo de la mano de un narrador tan extraordinario en una obra que hay que seguir reivindicando...
abrazos
Sí, Stalker este narrador narra como dejando un reguero de su propio ser inflamable,de tal modo inflama lo cotidiano, y arden él y su propia efigie, para resurgir de nuevo aferrado a su mesa-ara del sacrificio.
Gracias por compartirle
abrazo
k
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