plano de la casa de Samsa,

plano de la casa de Gregor Samsa, por Nabokov

jueves, 9 de septiembre de 2010

El gran teatro de Oklahoma-y 3-Franz KAFKA

Respondió a la pregunta de si había estado desempleado con un sencillo "Sí". "¿Dónde estuvo empleado la última vez?", preguntó el señor. Karl iba ya a responder cuando el señor levantó el dedo y dijo otra vez: "¡La última!". Karl había comprendido ya la primera pregunta; involuntariamente sacudió la cabeza para apartar la última observación como importuna y respondió: "En una oficina". Era la verdad, pero si el señor pedía más información sobre la naturaleza de esa oficina, tendría que mentir. Sin embargo, el señor no lo hizo, sino que formuló una pregunta a la que era sumamente fácil responder totalmente de acuerdo con la verdad: "¿Estaba contento allí?". "No", dijo Karl, interrumpiéndolo casi. Echando una mirada de reojo, observó que el jefe se sonreía un tanto; Karl lamentó el carácter irreflexivo de su última respuesta, pero había sido demasiado tentador gritar aquel no, porque durante todo su último empleo solo había tenido el gran deseo de que algún empresario extraño entrara alguna vez y le hiciera esa pregunta. Con todo, su respuesta podía tener otro inconveniente, porque el señor podía preguntarle ahora por qué no había estado contento. Pero en lugar de ello le preguntó: "¿Para qué puesto se considera capacitado?". Aquella pregunta podía contener realmente una trampa, porque ¿con qué fin se le hacía si había sido contratado ya como actor?. Sin embargo, a pesar de darse cuenta, no pudo decidirse a decir que se sentía especialmente capacitado para ser actor.Por eso esquivó la pregunta y, aun a riesgo de parecer obstinado, dijo:"Leí el cartel en la ciudad y, como decía que podían emplear a todo el mundo, me he presentado". "Eso lo sabemos", dijo el señor, y guardó silencio, mostrando así que insistía en su pregunta anterior. "Se me ha contratado como actor", dijo Karl titubeando, para hacer comprender al señor la dificultad que su última pregunta le planteaba. "Exacto", dijo el señor, volviendo a quedarse silencioso. "Bueno", dijo Karl, y toda su esperanza de haber encontrado un puesto vaciló, "no sé si soy capaz de ser actor de teatro. Pero me esforzaré y trataré de desempeñar todas mis tareas." El señor se volvió hacia el jefe y los dos asintieron; Karl parecía haber respondido bien; volvió a cobrar valor y aguardó a pie firme la pregunta siguiente. Esta fue: "¿Qué quería estudiar en un principio?". Para puntualizar bien la pregunta -aquellos señores daban siempre mucha importancia a puntualizar con exactitud- añadió: "Quiero decir en Europa", Al decirlo, apartó la mano del mentón e hizo un movimiento débil, como si quisiera indicar al mismo tiempo lo lejos que estaba Europa y lo insignifcantes que eran los planes hechos allí. Karl dijo: "Quería ser ingeniero". Dio aquella respuesta de mala gana; era ridículo, conociendo bien su anterior carrera en América, volver a reavivar su viejo recuerdo de haber querido ser en otro tiempo ingeniero -¿lo hubiera sido nunca, incluso en Europa?-, pero en aquel momento no conocía otra respuesta y por eso dio aquella. Sin embargo, el señor la tomó en serio, como tomaba en serio todo. "Bueno", dijo, "ingeniero no podrá ser enseguida, pero, de momento, quizá podría realizar algunos trabajos técnicos subalternos." "Sin duda", dijo Karl; era cierto que, si aceptaba la oferta,pasaría de la condición de actor a la de trabajador técnico, pero creía realmente que podría desempeñar mejor ese trabajo. Además, se repetía una y otra vez, no se trataba tanto del género de trabajo como de aferrarse a algo duradero. "¿Es usted suficientemente fuerte para hacer trabajos pesados?", preguntó el señor. "Oh, sí", dijo Karl. Entonces el señor hizo que Karl se aproximara y le tentó el brazo. "Es un muchacho fuerte", dijo, mientras llevaba a Karl por el brazo ante su jefe. El jefe asintió sonriendo, tendió la mano a Karl, sin dejar su posición de reposo, y dijo:"Entonces hemos terminado. En Oklahoma se comprobará todo otra vez. ¡Haga honor a nuestro grupo de reclutamiento!". Karl se inclinó para despedirse, y fue a despedirse también del otro señor,pero éste se paseaba ya arriba y abajo por la plataforma, con el rostro hacia lo alto, como si hubiera terminado por completo su trabajo. Mientras Karl bajaba, al lado de la escalera izaron en el panel de anuncios la inscripción: "Negro, trabajador técnico". Como todo seguía su curso debido, Karl no hubiera lamentado tanto que en el panel se hubiera podido leer su verdadero nombre. Todo estaba incluso sumamente bien organizado, porque al pie de la escalera esperaba ya a Karl un criado, que le ató un brazalete. Cuando Karl levantó el brazo para ver qué decía el brazalete, vio en él la denominación correcta de "trabajador técnico". Lo llevaran a donde lo llevaran ahora, Karl quería antes informar a Fanny de lo bien que había transcurrido todo. Sin embargo, supo con pesar por el criado que los ángeles, lo mismo que los diablos, habían partido ya hacia el siguiente dstino del grupo de reclutamiento, para anunciar allí la llegada de las tropas al siguiente día. "Lástima", dijo Karl; era la primera decepción que sufría en aquella empresa, "tenía una amiga entre los ángeles." "Volverá a verla en Oklahoma", dijo el criado, "pero ahora venga, es usted el último." Llevó a Karl por l aparte de atrás, a lo largo doe la plataforma en donde habian estado los ángeles; ahora solo quedaban los pedestales vacíos. Sin embargo, la suposición de Karl de que sin la música de los ángeles vendrían más personas a buscar trabajo resultó falsa, porque ante el podio no habí aahora ningún adulto y solo unos niños se peleaban por una larga pluma blanca, probablemente caída del ala de algún ángel. Un chico la mantenía en alto, mientras los otros querían bajarle la cabeza con una mano y trataban de alcanzar la pluma con la otra. Karl señaló a los niños, pero el criado dijo sin mirar: "Venga más aprisa, han tardado mucho en contratarlo. ¿Acaso tenían dudas?", "No lo sé", dijo Karl sorprendido, aunque no lo creía. Siempre, hasta en las circunstancias más claras, había alguien que quería causar preocupaciones a sus semejantes. Sin embargo, ante el espectáculo amable que ofrecía la gran tribuna de espectadores a la que llegaron entonces, Karl olvidó pronto la observación del criado. En efecto, en aquella tribuna había un largo banco cubierto con un paño blanco; todos los contratados estaban sentados dando la espalda a la pista de carreras, en el banco de abajo, y les estaban sirviendo de comer. Todos estaban alegres y excitados, y precisamente cuando Karl, sin ser notado, se sentó el último en el banco, muchos se pusieron de pie levantando sus vasos y uno de ellos brindó por el jefe del X Grupo de Reclutamietno, al que llamó "padre de los solicitantes de empleo". Alguien hizo notar que alcanzaban a verlo incluso desde donde estaban y, efectivamente, la tribuna de los jueces, con los dos caballeros, resultaba visible, a una distancia no demasiado grande. Entonces todos alzaron sus vasos en aquella dirección, pero, por muy alto que gritaran o por muchjo que trataran de hacerse notar, nada indicaba en la tribuna de los jueces que quisieran darse cuenta. El jefe estaba apoyado en la esquina como antes, yh el otro señor estaba a su lado, con la mano en el mentón. Volvieron a sentarse un tanto decepcionados; de vez en cuando alguno se volvía aún hacia la tribuna de los jueces, pero pronto se ocuparon solo de la abundante comida; grandes aves como Karl no había visto nunca, con muchos tenedores clavados en la carne crujientemente asada, eran llevadas alrededor; los criados servían una y otra vez vino -apenas se los notaba; estaba uno inclinado sobre el plato, y caía en su vaso el chorro de vino tinto-, y quien no quería participar en la ocnversación general podía contemplar vistas del teatro de Oklahoma, que estaban amontonadas a un extremo de la mesa y debían pasar de mano en mano. Nadie se ocupaba mucho de esas fotografías, y así ocurrió que solo una de ellas llegó hasta Karl, que era el último. Sin embargo, a juzgar por ella, todas debían de ser muy dignas de verse. Era una vista del palco del presidente de Esgtados Unidos. A la primera ojeada se podía pensar que no se trataba de un palco sino del escenario, tanto avanzaba en amplia curva su balaustrada hacia el espacio vacío. Esa balaustrada era toda dorada, en todas sus partes. Entre sus columnillas, como recortadas con las tijeras más finas, figuraban, uno junto a otro, medallones de presidenes anteriores; uno de ellos tenía una nariz llamativamente recta,los labios protuberantes y, bajo unos párpados abovedados, unos ojos obstinadamente hundidos. Alrededor del palco, de los costados y de lo alto caían rayos de luz; una luz blanca y sin embargo suave desvelaba literalmente el primer plano del palco, mientras que su fondo, detrás de un terciopelo rojo que se plegaba con muchos matices,c ayendo sobre el entorno y movido por cordones, parecía un vacío oscuro de resplandores rojizos. Era difícil imaginarse personas en aqeul palco, tan soberano parecía todo. Karl no se olvidaba de comer, pero miraba con frecuencia la fotografía, que había puesto al lado de su plato. En definitiva, le hubiera gustado mucho ver al menos alguna de las otras fotografías, pero no quería ir a buscarla por sí mismo, porque un criado había puesto la mano sobre ellas y sin duda había que guardar el orden; de manera que solo recorrió conla vista toda la mesa para comprobar si no había alguna fotografía que se acercara. Entonces observó asombrado, entre los rostros más profundamente inclinados sobre la comida -al principio no se lo creía-, uno que conocía bien: Giacomo. Karl corrió enseguida hacia él. "¡Giacomo!", le gritó. Tímido como siempre que lo sorprendían, Giacomo se levantó de la mesa, se dio la vuelta en el estrecho espacio entre los bancos y se limpió la boca con la mano, pero entonces se mostró muy contento de ver a Karl y le pidió que se sentase a su lado, ofreciéndole, si no, ir junto al de Karl: tenían que contárselo todo y permanecer siempre juntos. Karl no quiso molestar a los otros; cada uno guardaría de moemnto su sitio,la comida terminaría pronto y entonces, naturalmente, permanecerían siempre unidos. Sin embargo, Karl se quedó aún al lado de Giacomo, solo para verlo. ¡Qué recuerdos de tiempos pasados! ¿Dónde esaba la jefa de cocina? ¿Qué hacía Therese? Giacomo mismo no había cambiado casi en su aspecto; la predicción de la jefa de cocina de que, en seis meses, se convertiría en un americano huesudo no se había cumplido; seguía siendo delicado como antes, con las mejillas hundidas como antes, aunqeu de momento redondeadas, porque tenía en la boca un enorme bocado de carne, del que iba sacando despacio los huesos superfluos para arrojarlos al plato. Como Karl pudo leer en su brazalete, Giacomo tampoco había sido contratado como actor sino como ascensorista; el teatro de Oklahoma podía emplear realmente a todo el mundo. Sin embargo, perdido en la contemplación de Giacomo, Karl había permanecido demasiado tiempo fuera de su asiento; precisamente cuadno se disponía a volver, llegó el jefe de personal, se subió a uno de los bancos situados en alto, dio unas palmadas y pronunció un pequeño discurso, mientras que la mayoría se ponía en pie y los que habían permanecido sentados, que no querían dejar su comida, se vieron obligados también a levantarse, por los codazos de los otros. "Confío", dijo -Karl, entretanto, había vuelto a su lugar de puntillas-, "que les haya agradado nuestra comida de recepción. En general, se suele alabar la cocina de nuestro grupo de reclutamiento. Lamentablemente, hay que levantar ya la mesa, porque el tren que nos llevará a Oklahoma sale dentro de cinco minutos. Sin duda es un largo viaje, pero ya verán que son bien atendidos. Les presento al caballero que dirigirá su transporte y al que deberán obedecer." Un señor pequeño y delgado trepó al banco en que estaba el jefe de personal, apenas se tomó tiempo para hacer una fugaz inclinación y empezó enseguida a mostrar, con manos nerviosas y extendidas, cómo debían agruparse, ordenarse y ponerse en movimiento. Sin embargo, al principio no le hicieron caso, porque el hombre del grupo que había pronunciado antes un discurso golpeó conla mano en la mesa y comenzó a su vez un discurso de agradecimietno bastante largo, a pesar de que acababan de decir -Karl se inquietó bastante- que el tren saldría enseguida. El orador no hizo caso siquiera de que tampoco el jefe de personal lo oyera isno que estuviera dando diversas instrucciones al director del transporte; desarrolló ampliamente su discurso, enumerando todos los platos que se habían servido y dando su parecer sobre cada uno, y terminó, resumiendo, conla exclamación: "Señores, así es como se nos conquista". Todos se rieron, salvo aquellos a quienes se dirigía, pero era más una verdad que una broma. Además, hubo que pagar caro el discurso, proque tuvieron que hacer el camino hasta la estación a toda carrera. Pero tampoco fue muy duro, proque -Karl lo notó entonces- nadie llevaba equipaje; el único equipaje era realmente el cochecito de niño, que ahora, guiado por el padre a la cabeza del grupo, daba saltos arriba y abajo como descontrolado. ¡Cuánta gente desposeída y sospechosa se había reunido allí y, sin embargo, qué bien había sido recibida y atendida! Y al jefe del transporte debía de importarle mucho esa gente. Tan pronto agarraba él mismo con una mano el manillar del cochecito de niño, levantando la otra para animar al grupo, como corría por un costado, se fijaba en los más lentos del centro y trataba de enseñarles, agitando los brazos, cómo debían correr. Cuando llegaron a la estación, el tren estaba ya dispuesto. Los que estaban en la estación se mostraban unos a otros el grupo y se oían exlcamaciones como:"Todos esos son del teatro de Oklahoma"; el teatro parecía ser mucho más conocido de lo que Karl había supuesto,aunque era verdad que él nunca se había preocupado de las cosas de teatro. Un vagón entero estaba dstinado al grupo, y el jefe del transporte los apremió más que el revisor para qeu subieran. El jefe vio primero cada compartimento, arregló algo aquí o allá y solo luego subió él también. Karl había conseguido por casualidad un asiento junto a la ventana y había arrastrado a Giacomo a su lado. De manera que se sentaban muy juntos y, en el fondo, los dos se alegraban del viaje: nunca habían hecho un viaje por América con tan pocas preocupaciones. Cuando el tren comenzó a moverse, saludaron con la mano por la ventanilla, mientras los chicos que tenían delante se daban codazos, encontrándolo ridículo. Así viajaron dos días y dos noches. Solo entonces comprendió Karl qué grande era América. Miraba incansablemente por la ventanilla, y Giacomo se apretó junto a él hasta que los chicos que tenían delante y que se dedicaban sobre todo a jugar a las cartas se hartaron y le cedieron voluntariamente el asiento junto a la ventanilla. Karl les dio las gracias -no todos podían comprender el inglés de Giacomo- y, con el paso del tiempo, como no puede dejar de suceder entre vecinos de compartimento, se volvieron mucho más amistosos, aunque también su amigabilidad era a veces moelsgta, porque, por ejemplo, siemrpe que se les caía un naipe al suelo y lo buscaban,pellizcaban a Karl o Giacomo en la pierna con todas sus fuerzas. Giacomo gritaba, siempre sorprendido, levantando la pierna; Karl trataba a veces de responder con una patada, pero por lo demás lo soportaba todo en silencio. Todo lo que ocurría en el pequeño compartimento se desvanecía ante lo que podía verse fuera. El primer día viajaron a través de una alta cordillera. Masas de piedra de unnegro azulado avanzaban en cuñas agudas hasta el tren, y ellos se asomaban por la ventanilla buscando en vano la cumbre; se abrían oscuros valles, estrechos e irregulares, y se podía trazar con el dedo la dirección en que se perdían; andchos torrentes de montaña descendían apresuradamente, como grandes olas, hacia las colians de abajo, arastrando mil pequeñas olas de espuma, se precipitaban bajo puentes por los que pasaba el tren y estaban tan cerca qeu el aliento de su frialdad hacía que los rostros se estremecieran.(Fin)
Tomado de El desaparecido-Der Verschollene,(novela mal llamada anteriormente América)-Franz KAFKA; trad. Miguel Sáenz- edit. De bolsillo-


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