(...) El silencio me deprimía. No era realmente el silencio. Era mi propio silencio.
Sabía perfectamente que los coches hacían ruido y la gente que iba dentro de ellos y la que estaba detrás de las ventanas iluminadas de los edificios hacían ruido, y el ruido hacía ruido, pero yo no oía nada. La ciudad colgaba en mi ventana, chata como un cartel, brillando y titilando, pero muy bien podía no haber estado allí, por lo que a mí concernía.(...)Sylvia Plath (de La campana de cristal)
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