Ahora nos es ya posible anticipar algunas hipótesis provisionales sobfre las razones que hacen tan enigmática la representación de los justos con cabeza animal en la miniatura de la Ambrosiana. El final mesiánico de la historia o el cumplimiento de la oikonomía divina de la salvación definen un umbral crítico, en que la diferencia entre lo animal y lo humano, tan decisiva para nuestra cultura, está amenazada de deaparición. Es decir, la relación entre el hombre y el animal delimita un ámbito esencial, en el que la investigbación histórica tiene que confrontarse necesariamente con esa franja ultrahistórica a la que no se puede acceer sin apelar a la filosofía primera. Como si la determinación de la frontera entre lo humano y lo animal no fuera una cuestión más entre las que debaten filósofos y teólogos, científicos y políticos, sino una operación metafísico-política fundamental, en la que sólo puede decidirse y producirse algo como un "hombre". Si vida animal y vida humana se superpusieran perfectamente, ni el hombre ni el animal -ni quizá tampoco lo divino- serían ya penables. Por eso la llegada a la post-historia implica de modo necesario la reactualización del umbral prehistórico en que aquella frontera quedó definida. El Paraíso siembra la duda sobre el Edén.
En un párrafo de la Summa, que lleva el significativo título de Utrum Adam in statu innocentiae animalibus domestivus dominaretur, santo Tomás parece aproximarse al centro del problema, evocando un "experimento cognitivo" que tendría su lugar propio en la relación entre el hombre y el animal.
"En el estado de inocencia -escribe- los hombres no precisaban de los animales por necesidad física. Ni para cubrirse, porque no se avergonzaban de su desnudez, ya que no tenían ningún impulso de concupiscencia desordenada, ni para alimentarse, ya que obtenían su subsistencia de los árboles del paraíso;ni como medio de transporte, por el vigor de sus cuerpos. En realidad sólo los necesitaban para extraer un conocimiento experimental de su naturaleza [indigebant tamen eis ad experimentalem cognitionem summendam de naturis eorum)].
Esto se nos muestra por el hecho de que Dios condujo a los animales ante Adán para que les diea un nombre que designara su anturaleza. (Tomás de Aquino 1963,193)"
Lo que tendremos que tratar de captar es todo o que está en juego en esta cognitio experimentalis.Quizá no sólo la teología y la filosofía,sino también la política, la ética y la jurisprudencia están en tensión y en suspenso en la diferencia entre el hombre y el animal. El experimento cognitivo que se cuestiona en esta diferencia concierne en última instancia a la naturaleza del hombre -más precisamente a la producción y la definición de esta naturaleza-, es un experimento de hominis natura. Cuando la diferencia se anula y los dos términos entran en una relación de vaciamiento recíproco -como parece suceder hoy- también desaparece la diferencia entre el ser y la nada, lo lícito y lo ilícito, lo divino y lo demoníaco, y , en su lugar, aparece algo para lo que ni siquiera parecemos disponer de nombres. Quizá también los campos de concentración y de exterminio son un experimento de este género, un intento extremo y monstruoso de decidir entre lo humano y lo inhumano, que ha terminado por arrastrar en su ruina la propia posibilidad de la distinción.
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