14 de febrero de 1914-Si fuera a matarme, es evidente que nadie tendría la culpa, aunque, por ejemplo, el motivo aparentemente más inemdiato fuese la conducta de F. Incluso una vez, medio en sueños, me representé la escena que se produciría cuando, previendo el final, con la carta de despedida en el bolsillo, me presentara en su casa, fuera rechazado como pretendiente, dejara la carta sobre la mesa, me dirigiera al balcón, consiguiera desprenderme de todos los que habrían acudido corriendo a detenerme y saltara por encima de la balaustrada, teniendo que soltar una mano y después la otra. Y en la carta diría que, aunque he saltado por causa de F., nada esencial hubiera cambiado para mí en el supuesto de haber sido aceptado. Mi lugar está allá abajo, y no hay otra solución para mí; F. es casualmente quien ha puesto en evidencia mi destino, no soy capaz de vivir sin ella y tengo que saltar, aunque tampoco sería capaz -y F. lo adivina- de vivir con ella. Por qué no utilizar esta noche para hacerlo; se me aparecen los discurseadores de la velada de hoy; hablaron de la vida y de crear unas condiciones necesarias para vivirla..., pero yo me apego a mis imaginaciones, vivo completamente enmarañado en la vida, no lo haré, estoy totalmente frío, me entristece que una camisa me apriete el cuello, estoy condenado, me debato en medio de la niebla.
2 comentarios:
Tremendo contrapunto a la celebración del día. Hay mucha honestidad en ese reconocimiento de que la vida y la muerte de uno mismo no está en el otro, aunque todas las aparienciencias apunten a esa hipótesis.
Saludos cordiales.
Gracias Isabel, por remarcar la valentía de Kafka, que se autollamaba cobarde,
He visitado tu blog, con esos diálogos entre los dioses y héroes clásicos, y me ha gustado mucho,
Un abrazo
k
Publicar un comentario