[...]"¿Qué pasaría con alguien que defendiese la idea de unidad en unos momentos en que el pensamiento occidental oscila entre la negación o abandono de cualquier posibilidad explicativa desde esta óptica y el reduccionismo uniformizante de fenómenos como los fundamentalismos de toda índole, la xenofobia, la globalización o el nuevo “imperio de la seguridad” que nos amenaza?
¿Qué pensaríamos de él si además afirmase que esa unidad es estética y del orden de lo sagrado, criticando tanto la herencia materialista del racionalismo cartesiano como el esoterismo de muchos de los representantes de los movimientos contraculturales?[1]
¿Podríamos entender que en la era del pragmatismo y de los fines a costa de cualquier medio alguien sostuviese que las nociones de control, de poder y de propósito consciente son patologías del sistema?
¿Se hubiese permitido la entrada en el mundo académico a un tipo con un perfil que encarna por sí solo esa noción de interdisciplinariedad que tanto alabamos como criterio pero que tanto negamos en el diseño de currículos y carreras profesionales?"[...]
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