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Con la única excepción de Falstaff, todos los personajes masculinos de Shakespeare, son por decirlo así, de los que se casan. Mercutio, siendo, como era, primo hermano de Benedick y Biron, hubiera, a la larga, terminado en lo mismo. Hasta el mismo Iago tenía su correspondiente esposa y, lo que es más raro aún, era celoso. Y aunque nos resulte difícil imaginar que hombres como Jacques y el bufón en El rey Lear puedan llegar nunca a casarse, sin embargo, si permanecieron solteros, es por una especie de humor cínico o a causa de un desengaño sentimental y no, como nosotros hoy, por un espíritu de desconfianza y de preferencia por la soltería. Y en cuanto al caso de Jacques, si ustedes repasan la versión francesa de Georges Sand de As You Like It -y creo poder anticiparles que les ha de gustar muy poco- verán que, por fin, se casa con Celia, exactamente lo mismo que Orlando con Rosalinda.
Parece, por lo menos, que en tiempo de Shakespeare la gente no tenía tantas vacilaciones antes de llegar a decidir casarse; y las pocas que tuvieran eran de tipo cómico y, en todo caso, no mucho más serias que las de Panurgo(personaje de Pantagruel, de Rabelais). Los héroes de las comedias modernas son, mayormente, de un modo de pensar a lo Benedick, pero el doble de serios y ni la cuarta parte de confiados. Para mí, esta desconfianza es, precisamente, una prueba de lo genuino de su terror. Saben que, después de todo, no son más que criaturas humanas; conocen qué clase de trampas y armadijos se esconden bajo sus pies y cómo la sombra del matrimonio espera, resuelta y terrible, en las encrucijadas.
[...]El hecho es que le tenemos mucho más miedo ala vida que nuestros abuelos y no podemos decidirnos entre casarnos o dejarnos de casar. El matrimonio es aterrador; pero tan aterradora es una vejez fría y solitaria. Las amistades con otros hombres son agradables en alto grado, pero muy inseguras. Sabemos de sobra que aquel amigo se nos casará y nos pondrá de patitas en la calle; este otro aceptará un destino en China y ya no será para nosotros más que un nombre, una reminiscencia y alguna que otra carta de entrecruzados renglones muy trabajosa de leer. A un tercero le dará por una chifladura religiosa y nos obsequiará de allí en adelante con agrias miradas. Así, de un modo o de otro, la vida va apartando a los hombres y rompe para siempre la buena camaradería. La misma flexibilidad y sencillez que hace tan agradable, mientras dura, la amistad entre hombres es lo que la hace más fácil de romper y de olvidar. Y aquel que tenga unos pocos amigos o aquel que tenga una docena -si es que hay en este mundo alguien tan rico- no podrá olvidar sobre qué base tan precaria reposa su felicidad y cómo por un golpe o dos del destino-una muerte, unas pocas palabras ligeras, una hoja de papel sellado, los ojos brillantes de una mujer- puede quedar, en un mes, totalmente desposeído.
El matrimonio es, ciertamente, un peligroso remedio; nuestra felicidad se basa ya no en dos o en tres, sino en una sola vida. Pero, en cambio, así como el pacto es más completo y explícito por nuestra parte, lo es también por la otra y no son de temer tantas contingencias; no será el primer viento el que nos arranque de nuestras amaras; y mientras la muerte retenga su guadaña, podemos contar siempre con un amigo en nuestro hogar. Las personas que comparten la misma celda en una prisión o las que han sido arrojadas juntas a una isla desierta, si no empiezan en seguida a puñetazos, han de encontrar, con toda seguridad, una zona posible de avenencia. Llegarán a conocer los modos y talante de cada uno, hasta saber dónde deben andarse con cautela y dónde pueden pisar sin miedo.
[...] Pero el matrimonio, si bien es verdad que es bastante cómodo, no es en modo alguno, heroico. Pues en verdad merma y apaga el espíritu de hombres generosos, En el matrimonio, el hombre se hace flojo y egoísta y sufre una adiposa degeneración de su ser moral. Esto se puede ejemplarizar no sólo cuando Lydgate pierde categoría uniéndose con Rosamond Vincy, sino también cuando Ladislaw la gana al casarse con Dorothea. El ambiente de al lado de la chimenea marchita todo generoso brote en el corazón del marido. Se encuentra tan a gusto y tan feliz, que empieza a preferir ese bienestar y esa felicidad a todo lo demás sobre la tierra, incluyendo a su propia mujer. [...]
[...] No en vano Don Quijote fue soltero; y aunque Marco Aurelio se casó, casó mal. En cuanto a las mujeres, este peligro es mucho menor. El matrimonio es de tanta utilidad para una mujer, abre para ella tantos horizontes, tantas vías de libertad y tantas posibilidades, que, lo mismo si se casa bien que mal, difícil será que no saque algún provecho. Es verdad, sin embargo, que algunas de las mujeres más femeninas y de mejor humor son viejas solteronas. Y que esas viejas solteronas o las casadas mal maridadas son las que poseen con más frecuencia la verdadera veta maternal. Esto parecería mostrar, aún para la mujer, cierta acción anquilosadora en la cómoda vida matrimonial. Pero la regla no es, por eso, menos cierta; si buscamos la flor de los hombres y de las mujeres, tendremos que echar mano de un buen solterón y de una buena esposa.
A menudo me quedo atónito al considerar cómo hay tanto número de matrimonios que son pasablemente felices y que, en cambio, sean tan pocos los que lleguen a un rotundo fracaso;[...]
[...]Veo mujeres que se casan sin más ni más con estólidos burgueses o con muchachos de mirar asustado y caras de hurón; y veo hombres que viven a gusto unidos a fregonas gritadoras o que introducen en su vida agrias vestales.[...]
[...] Pero la palabra "amor" es, cuando menos, una expresión un tanto hiperbólica para designar esa tibia preferencia. No es en esas uniones, desde luego, donde el Amor emplea sus flechas de oro; no puede decirse, si se quiere hablar con propiedad, que sea en ellas donde reina y brilla. Realmente, si esto fuera amor, es patente que los poetas habrían estado divirtiéndose a costa de la humanidad desde la fundación del mundo. [...]
[...]Francamente: si sólo se casaran los que estuvieran de verdad enamorados, mucha gente moriría soltera. Y entre los demás no habría pocos hogares borrascosos. El león es el rey de los animales, pero, en cambio, no sirve como perrillo faldero. Del mismo modo sospecho que el amor es una pasión demasiado violenta para poder ser, en la mayor parte de los casos, un buen sentimiento doméstico. Como otros fuertes excitantes, saca a flor de piel no sólo lo más noble, sino también lo peor y más mezquino en la naturaleza del hombre. [...]
[...] Las personas que aspiren a vivir juntas una serie de años sin acabar por aburrirse mortalmente necesitan, casi de modo indispensable, de una determinada clase de talento; y este talento, lo mismo que la conformidad de opiniones, debe ser acerca de la vida y para toda la vida. Para lograr convivir felizmente, deben ser versados en las delicadezas del corazón y deben haber nacido con un buen deseo de transigencia. La mujer debe tener cierto talento como tal mujer; y no importará mucho si lo tiene o no en todo lo demás. Debe conocer su métier de femme y poseer una fina cuerda afectiva. Y será más importante que sepan decir las cosas con gracia, y que sepan hacer a la ligera algunos ingeniosos comentarios acerca de los amigos comunes o de las mil naderías del momento, que hablar con la lengua de los ángeles. Porque, en el matrimonio, un ratito juntos al lado de la chimenea se da con más frecuencia que la presencia en la mesa de un invitado distinguido. El poder reírse con las mismas gracias y el poseer muchas historias y anécdotas para su uso particular y muchas viejas bromas que ni el tiempo marchita ni la costumbre envejece es una mejor disposición para la vida, si ustedes me lo permiten, que otras cosas que parecen de más altura y que suenan mejor en los oídos del mundo.
Para leer a Kant nos bastamos nosotros solos, pero un chiste hemos de compartirlo con otra persona. Podemos perdonar el que alguien no pueda seguirnos a lo largo de una disquisición filosófica; pero encontrarnos con que nuestra propia mujer se ríe cuando a nosotros se nos saltan las lágrimas o que, por el contrario, abre unos grandes ojos de incomprensión cuando nosotros nos estamos ahogando de risa debe llevar, sin duda, a la disolución del matrimonio.
Conozco una señora que, fuera por especial aversión o por incapacidad, no pudo entender nunca ni siquiera el significado de la palabra "política" y ha dejado ya por imposible el intentar comprender la diferencia entre liberales y conservadores; pero tomémosla en su política particular; preguntémosle por otros hombres o mujeres y por las chismorrerías de cada existencia-los roces, las intrigas, las vanidades sobre las que gira la vida- y no encontraremos muchas más sagaces, más agudas ni que tengan más sentido del humor. Y es más, para hacer más claro lo que quiero decir: esta misma mujer tiene una fina comprensión para lo más elevado y poético; sabe tener interés en las cosas por las cosas mismas; y las que parecen más comunes le producen un constante asombro. No se deja embaucar por la costumbre ni piensa que un misterio esté aclarado porque se repita muchas veces. La he oído decir que una ceja humana le maravilla de tal modo que casi le hace perder el juicio. Ahora bien, en un mundo en el que la mayor parte de nosotros caminamos muy a gusto en el círculo poco iluminado de nuestra propia razón, y sólo excepciones atronadoras -erupciones del Vesubio, terremotos, banjos que flotan en el aire en una reunión espiritista y cosas semejantes- nos hacen recordar lo que queda fuera de nuestro círculo, un cerebro tan fresco y sin malear es un don no despreciable. Tiene en sí mismo el manantial de agradables ydelicadas fantasías.[...]
[...]La cuestión de las profesiones, en cuanto a su relación con el matrimonio, hasta hace poco tiempo era de importancia únicamente para las mujeres, pero en nuestros días nos interesa a todos. Yo, pudiendo evitarlo, no me casaría nunca ciertamente con una literata. La práctica de las letras es tristemente fatigosa para el entendimiento; y después de una hora o dos de trabajo, todo lo que hay de más humano en un autor se ha extinguido: pinchará, morderá y soltará por la boca sapos y culebras. La música, según dicen, no es mucho mejor. En cambio, la pintura es con frecuencia sedante en alto grado; y es porque en ésta la mayor parte del trabajo, una vez que ya está el cuadro empezado y en marcha, es casi exclusivamente manual; de ese tipo de habilidoso trabajo manual que proporciona una continuada serie de éxitos y así lleva a un hombre, cosquilleándole en su vanidad, a estar de buen humor. Pero, ay, en las letras no ocurre nada parecido. Aunque tengamos la más bonita caligrafía que pudiéramos apetecer, siempre tenemos alguna otra cosa en qué pensar y no podemos deternernos a cuidar de nuestras curvas y rasgueos, que van como Dios quiere, y el último de los amanuenses puede hacernos salir los colores a la cara. Rousseau tuvo en cierta estima el arte de la caligrafía y hasta llegó a hacer de ella una fuente de ingresos cuando se copió la Héloïse para señoras diletantes; y en ello mostró aquella extraña y excéntrica prudencia que le guió entre tantos miles de insensateces y locuras. Del mismo modo, sería conveniente para todo el genus irritabile(raza irritable de los poetas según Horacio) añadir un poquito de habilidoso trabajo manual al impalpable trabajo del espíritu. El atinar con la palabra justa es un éxito tan dudoso y tan cercano al fracaso, que ni en todo un año podemos estar seguros de él; pero, en cambio, todos sabemos cuándo hemos dado forma con perfección a una letra; y cualquier estúpido artista, con razón o sin ella, cree saber, casi con la misma certeza, cuándo ha encontrado el tono o el matiz exacto o cuándo ha dado una diestra pincelada. Y, además, el pintor puede trabajar al aire libre; y el aire fresco, el lento paso de las estaciones y el "influjo tranquilizador" de la verde naturaleza contrabalancean la fiebre del pensamiento y los conserva fríos, apacibles y prosaicos.
[...] Por último-y ésta es quizá la regla más importante-, ninguna mujer debe casarse con un hombre abstemio o que no fume. No sin causa, esta "innoble tabagie", como la llama Michelet, se ha extendido por el mundo entero. Michelet, clama contra ella porque nos hace felices independientemente de todo pensamiento o trabajo; las mujeres previsoras no temerán de esto ninguna mala consecuencia par ala vida matrimonial. Cualquier cosa que retenga al hombre en el jardín, cualquier cosa que refrene la volandera fantasía o toda desordenada ambición, cualquier cosa que coopere a la indolencia y al sentirse a gusto, coopera en el mismo grado a la felicidad doméstica.
Si estos apuntes logran divertir al lector, le divertirán más, seguramente cuando difiera de ellos que cuando esté conforme; al menos no han de hacer mucho daño, porque nadie ha de seguir mi consejo. Pero las palabras finales son de más trascendencia. El matrimonio es un paso tan grave y decisivo, que por su misma impresionante solemnidad atrae a los hombres volubles y ligeros de cascos. Han sido ya tan zarandeados por las borrascas y corrientes, se han hecho tantas veces a la vela en busca de vagas islas en el aire o se han eternizado tan a menudo en calmas chichas, consumiéndose de impaciencia, que lo arriesgarían todo con tal de sentir tierra firme bajo sus pies.[...] Al igual que los que ingresan en una cofradía, creen que basta con un determinado acto para verse fuera para siempre del torbellino y griterío de la vida. Pero eso no es más que una jugarreta del diablo. Hasta el fin, vientos primaverales sembrarán inquietud en sus almas, rostros que pasan dejarán tras ellos una añoranza; y el mundo entero seguirá llamando y llamando en sus oídos. Porque el matrimonio se parece a la vida en esto: es un campo de batalla y no un lecho de rosas. [...]
*del libro III-oda primera, de HORACIO-
Odi profanum vulgus et arceo;
favete linguis: carmina non prius
audita musarum sacerdos
Virginibus puerisque canto
Odio al vulgo profano y me aparto de él;
guardad silencio: sacerdote de las Musas,
canto para doncellas y muchachos
versos nunca antes oídos.
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tomado de Virginibus puerisque y otros ensayos-Robert Louis STEVENSON-traducc. Eulalia GALVARRIATO-edición de José Polo y Ana Pinto-editorial Alianza-
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