plano de la casa de Samsa,

plano de la casa de Gregor Samsa, por Nabokov

viernes, 19 de julio de 2013

De cómo pasamos el Portillo donde vivía Rapiñamichino, Archiduque de los Gatos Forrados-François RABELAIS-

Ilustraciones de Gustav Doré halladas en Internet


capítulo XI del libro Quinto de Gargantúa y Pantagruel-

[comentario del traductor]
Nuevo y despiadado ataque a la Justicia, representada por otro monstruo quimérico, esta vez por la boca de un pícaro. La parodia se adorna con juegos a propósito del mortero (bonete redondo de terciopelo que llevaban los presidentes de la Corte), alusiones a la orla de piel de la toga de los magistrados ("Gatos Forrados") y a los birretes cuadrados de los doctores en derecho. Se bromea, además, a propósito de la mesa de mármol del Palacio de Justicia de París, sin olvidar una caricatura de la alegoría de la Justicia, a la que se coloca una hoz en lugar de una espada, y antiparras en lugar de venda en los ojos. Los sacos, símbolo de la rapacidad de las gentes de leyes, proliferan por todo el texto.
Cuando se habla de "sexta esencia", se alude a algo sutilísimo, puesto que los alquimistas no lograban depurar la quintaesencia. 
Debe recordar el lector que Júpiter, con sus rayos, arrojó al infierno a los titanes.]


Desde allí pasamos a Condenación, que es otra isla totalmente desierta; pasamos también el Portillo, lugar en el que Pantagruel no quiso bajar a tierra, e hizo muy bien, pues fuimos hechos prisioneros y arrestados de hecho por orden de Rapiñamichino, archiduque de los Gatos Forrados, porque alguien de nuestra compañía quiso vender sombreros de Cassada a un procuradouro.
Los Gatos Forrados son animales muy horribles y espantables: comen niños y pastan sobre piedras de mármol. ¿No os parece, bebedores, que deberían estar chatos? El pelo de la piel no les sale hacia fuera, sino que se esconde dentro, y todos y cada uno de ellos llevan, como su símboblo y divisa un zurrón abierto, pero no todos de la misma manera, pues algunos lo llevan atado al cuello, en bandolera, otros sobre el culo, otros sobre la barriga, otros sobre el costado, y todos por una buena razón misteriosa. Tienen también las zarpas tan fuertes, largas y aceradas que nada se les escapa una vez que lo tienen entre las garras. Se cubren la cabeza, unas veces con birretes de cuatro canales o braguetas, otras con birretes invertidos, otras con morteros, otras con caparazones mortificados. Al entrar en su malandrinera, un pícaro de la hostería, al que dimos medio testón, nos dijo:
-¡Gentes de bien, que Dios os conceda salir pronto, con salud, de este lugar! Observad bien el semblante de estos villanos pillares, arbotantes de la justicia rapiñamichinera. Y notad que si aún vivís seis olimpiadas y la edad de dos perros, veréis a estos Gatos Forrados como señores de toda Europa y pacíficos dueños de todos los bienes y posesiones que en ella hay, si en manos de sus herederos, como castigo divino, no se marchitan repentinamente esos bienes y rentas injustamente adquiridos por ellos. Sabedlo de boca de un pícaro de bien. Entre ellos reina la sexta esencia, por medio de la cual lo rapiñan todo, devoran todo y lo ciscan todo. Queman, descuartizan, decapitan, machucan, encarcelan arruinan y minan todo, sin discernir entre el bien y el mal. Pues, entre ellos, al vicio se le llama virtud; a la maldad, bondad; la traición tiene por nombre lealtad; al latrocinio se le llama liberalidad; pillaje es su divisa y, si son ellos los que lo cometen, lo encuentran bien todos los humanos, si exceptuáis los herejes, y todo ello lo hacen con soberana e irrefragable autoridad.
"Para corroborar mi pronóstico, observad que ahí dentro los comederos están por encima de los pesebres. Algún día os acordaréis de esto. Y si, por desgracia, alguna vez sufre el mundo pestes, hambrunas o guerras, ciclones, cataclismos, conflagaciones y desdichas, no los atribuyáis ni los achaquéis a maléficas conjunciones de planetas, a los abusos de la Corte romana o a la tiranía de los reyes y príncipes de la tierra, a la impostura de los hipócritas, herejes y falsos profetas, a la maldad de los usureros, falsos monederos, roedores de testones, ni a la ignorancia, impudicia, imprudencia de los médicos, cirujanos y boticarios, ni a la perversidad de las mujeres adúlteras, envenenadoras, infanticidas: atribuidlo todo a la ruinosa e indecible, increíble, incalculable maldad que continuamente se forja y ejerce en la oficina de los Gatos Forrados, que no es más conocida del mundo que la cábala de los judíos. Ésa es la causa de que no sea detestada, corregida y castigada, como sería razonable. pero si un día es puesta en evidencia y manifestada al pueblo, no hay ni nunca hubo orador capaz de retener a ese pueblo, por elocuente que en su arte sea; ni ley tan rigurosa y draconiana que pueda contenerlo por temor al castigo, ni magistrado tan poderoso que, por la fuerza, le impidiese quemarlos cruelmente vivos a todos dentro de su madriguera. Sus propios hijos, Gatitos Forrados y otros parientes los tenían en horror y abominación. Por eso, así como Aníbal recibió de su padre Amílcar, bajo solemne y religioso juramento, orden de perseguir a los romanos mientras viviese, así he recibido yo de mi difunto padre orden terminante de permanecer aquí fuera, a la espera de que ahí dentro caiga el rayo del cielo y los reduzca a cenizas, como a otros titanes, profanos y teófobos, puesto que los humanos tienen el cuerpo tan endurecido que no recuerdan el mal que les ha acaecido, les acaece y les acaecerá, y no lo sienten, no lo previenen o, si lo sienten, no se atreven, ni quieren, ni pueden exterminarlos.
-¿Qué es eso?- dijo Panurgo- ¡Ah, no, no! No voy allí, por Dios, ¡volvamos!
-¡Volvamos! -dije-. ¡Por el amor de Dios!

Ese noble pillo más me ha asombrado 
que si el cielo de otoño hubiese tronado. 

De vuelta, encontramos la puerta cerrada y se nos dijo que allí se entraba con facilidad, como al Averno. La dificultad estaba en salir, y que no saldríamos al exterior, en manera alguna, sin un pase y un comprobante de asistencia, por la sencilla razón de que uno no se va de las ferias como del mercado, y que teníamos los pies polvorientos. 
Lo peor fue cuando pasamos el Portillo, pues, para obtener nuestro pase y  comprobante, fuimos presentados ante el monstruo más abominable que jamás se haya descrito. Lo llamaban Rapiñamichino. No sabría comparároslo mejor que con la Quimera, o con la Esfinge y Cerbero, o bien con la estatua de Osiris tal y como lo representaban los egipcios, con tres cabezas juntas en una, a saber: un león rugiente, un perro gañendo, un lobo abriendo sus fauces, enredados en un dragón que se mordía la cola, con rayos centelleantes en torno. Tenía las manos llenas de sangre, las zarpas como de arpía, el morro en pico de cuervo, los dientes como los de un verraco de cuatro años, los ojos flameantes como las fauces del infierno, totalmente cubierto de morteros entrelazados con majas borlas; sólo las zarpas eran visibles. Su asiento y el de todos sus colaterales, gatos de conejar, era un largo pesebre muy nuevo, sobre el cual estaban instalados, del revés, comederos muy amplios y hermosos, según el pícaro nos habia prevenido. En el lugar del asiento principal se encontraba la imagen de una vieja, con un forro de hoz en la mano derecha, una balanza en la siniestra y antiparras en la nariz. Los platillos de la balanza eran dos zurrones de terciopelo: uno lleno de monedas  y colgante, el otro vacío y alzado muy por encima del fiel. Y soy de la opinión de que se trataba del retrato de la justicia rapiñamichinera, muy alejada de la instrucción de los antiguos tebanos, que erigían las estatuas de sus dicastes y jueces, tras su muerte, en oro y plata, o en mármol, según su mérito, todas sin manos. Cuando fuimos presentados ante él, no sé qué clase de gentes, todas vestidas con zurrones y sacos con grandes colgajos de pergamino, nos hicieron sentar en un banquillo. Panurgo decía:
-Pájaros de cuenta, amigos míos, estoy muy bien así, de pie; por otro lado, es bajo en demasía para un hombre que lleva calzas nuevas y un jubón demasiado corto.
-Sentáos ahí- respondieron-, y que no tengamos que repetíroslo. La tierra se abrirá ahora para tragaros vivos si no respondéis como es debido.

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de Gargantúa y Pantagruel (los cinco libros)-de François RABELAIS
traducción y notas de presentación de cada capítulo, Gabriel Hormaechea
Prefacio de Guy Demerson
Edit. Acantilado



2 comentarios:

Loam dijo...

¡Vaya! O las cosas no han cambiado en absoluto, o este Rabelais tenía una aguda y acertada visión sobre la justicia y sobre el futuro de Europa. El texto, no sólo en lo meramente literario, sino sobre todo en lo concierniente a su contenido, no tiene desperdicio. Los grabados son fantásticos y lo ilustran a la perfección, imágenes y escrito imperecederos, pues sus autores revelan la esencia de ciertos aspectos, al parecer inherentes, de la naturaleza humana.

Salud!

karmen blázquez dijo...

Así es Loam, Rabelais era un genio extraño, médico, monje rebotado, y además autor de esta obra maestra de la literatura, con un humor vitriólico y unos hallazgos de lenguaje formidables.
Salud
k