[...] El terrateniente se trasladó en seguida a la residencia del conde, haciéndose presentar al músico francés, a quien explicó todo el asunto. Le dijo que jamás hubiera podido sospechar que Yefimov fuese capaz de ocultar ningún talento artístico, pues para él no pasaba de ser un mediocre clarinete, y la primera noticia que tenía de que supiera tocar el violín había sido la que le diera él mismo en su carta. Añadió, asimismo, que Yefimov era un hombre libre, por lo que habría podido abandonar su casa cuando le hubiera venido en gana, sin necesidad de hacerlo súbitamente y sin dejar ningún aviso.
El francés pareció estar viendo visiones. Hicieron que se presentara allí Yefimov, que parecía otra persona. Su gesto era arrogante en extremo, y respondió a las preguntas que se le hicieron de una forma más bien burlona, teniendo incluso el descaro de afirmar que cuanto dijera al francés era la verdad. Esta insolencia acabó por indignar al conde de tal modo, que dijo a mi padrastro que era un bribón y un embustero, y que merecía un castigo ejemplar.
-No se apure usted, señor conde -le replicó mi padrastro, en tono cada vez más irónico-, porque a fin de cuentas ya tuve que pasar lo mío para escapar a las consecuencias del proceso criminal instigado contra mí por usted, valiéndose de su antiguo primer violinista.
Aquello colmó la medida de la paciencia del conde, que montó en cólera ante aquella insolente acusación. Lo cierto es que le costó un gran esfuerzo dominarse. Un agente de policía que se encontraba en el salón, y que había ido a tener una entrevista con el conde, manifestó en seguida que el insultante descaro de Yefimov era una malvada calumnia, por lo que cortésmente pedía permiso para detenerle allí mismo sin más requisitos. Por su parte, el francés expresó también su opinión, diciendo que jamás hubiese creído posible semejante ingratitud.
Al oír aquello, mi padrastro se cegó de ira y dijo que prefería la cárcel, e incluso pasar por todos los tribunales del mundo, antes que volver a la vida que hasta entonces había estado sufriendo, pues habia tenido que ganarse el pan durante años como músico, sin contar con la menor posibilidad de emanciparse.
Ante aquella actitud, le sacaron casi por la fuerza del salón y lo encerraron en una pieza apartada, anticipándole que al día siguiente sería trasladado a la ciudad.
Alrededor de la medianoche, sin embargo, se abrió la puerta del cuarto donde habia sido confinado mi padre adoptivo. Era el terrateniente, que sin duda quería hablar con él. LLevaba una bata de dormir, calzaba babuchas y sostenía un farolillo en la mano. Al parecer, no había logrado conciliar el sueño, hasta que al final, cansado de permanecer en vela y a pesar de lo intempestivo de la hora, decidió levantarse.
Yefimov tampoco dormía. Al ver a su nocturno visitante, no pudo ocultar cierta sorpresa que se traslució en su gesto de asombro. El señor rural dejó su luz encima de la mesa y tomó asiento frente al músico en una silla, pareciendo estar muy emocionado.
-Yegor -le dijo-, ¿por qué te has portado conmigo de esa manera?
Yefimov no respondió. Pero el terrateniente repitió su pregunta. Un extraño y profundo sentimiento, una especie de raro pesar, trascendía de sus vehementes palabras. Era como si quisiera desentrañar el misterio de algo que no comprendía.
-¡Cualquiera sabe por qué!- respondió al final mi padrastro, volviendo la cara-. En mi opinión, el diablo anda metido en todo este asunto, ¿comprende? Ni siquiera yo sé explicarme qué es lo que me impulsa a obrar como lo hago. En cualquier caso, lo cierto es que no puedo seguir con usted. ¡Me es completamente imposible porque hace ya tiempo que el diablo puso sus garras sobre mi cuello!
-¿Qué quieres decir, Yegor?- repuso el señor rural-. ¡Vamos, vuelve conmigo a mi casa! Te prometo olvidarlo todo. No te reprocharé nunca nada. Te lo juro. Te doy mi palabra. Te prometo, además hacerte el primero de mis músicos y desde luego te recompensaré mejor que a nadie.
-Es inútil que siga usted hablando, señor- le interrumpió Yefimov-. El diablo me echó la garra encima,y ya no le pertenezco. No le pertenezco a usted ni a nadie. Si me quedara en esta casa, le prendería fuego o algo así, pues a veces siento impulsos de esa clalse. Estoy como endemoniado y hay momentos en que siento haber venido al mundo.Es como si no pudiera responder de mí mismo, así que lo mejor será que me deje en paz. En realidad, todo esto proviene de la época en que trabé amistad con aquel demonio de hombre.
-¿A quién te refieres?- le preguntó el señor.
-Sí, estoy seguro. Estoy seguro de que todo proviene de entonces, cuando me hice amigo de aquel hombre a quien encontraron tendido como un perro al pie de una cerca, y del que nadie quería oír hablar. ¡Me refiero al italiano!
-Yegor, dime una cossa.¿Fue él quien te enseñó a tocar el violín?
-Sí, él fue quien me enseñó. Pero al mismo tiempo aprendí de él muchas otras cosas, para mi desgracia. ¡Lo mejor habría sido que no le hubiera conocido jamás!
-¿Es cierto que tocaba tan magistralmente el violín?
-No. En realidad lo tocaba mal, pero sabía enseñar muy bien. En mi caso, lo cierto es que aprendí la técnica del instrumento yo solo, y que él no hizo más que dirigirme. Y, sin embargo, debo decirlo...¡ojalá se me hubieran quedado paralizadas las manos antes de comenzar a aprender el arte del violín! Le explicaré de otra forma mi problema: en estos momentos, no tengo ni la mmás ligera idea de lo que quiero. Haga usted mismo la prueba, pregúnteme cuáles son mis ambiciones, prométame cualquier cosa, y comprobará que me siento impotente para darle una respuesta coherente y lógica. Le aseguro, señor, que no sé lo que quiero ni a qué desearía aspirar. Por esto le agradecería que me dejara en paz. En realidad, mi única aspiración, sin ser nada concreto, tiende a que me envíen lejoos de aquí, porque entonces...¡entonces podría dar por concluidas muchas cosas que me atormentan!
-Está bien, Yegor- contestó el terrateniente, después de una pausa-, no insistiré. No te presionaré bajo ningún concepto. Si no quieres venirte conmigo, puedes irte donde más te plazca. Por lo que a mí se refiere, eres completamente libre, y mi útimo gesto sería el de retenerte a mi lado. No obstante, a cambio de todo ello, quisiera pedirte algo,qisiera que me tocaras algo con tu violín. Dame ese gusto, Yegor, ¡por lo que más quieras! No se trata de ninguna orden, compréndeme, sino de un ruego. Toca algo para mí, Yegor. Sé que eres un hombre muy terco, pero yo también lo soy. Quisiera que tocaras para mí lo que interpretaste ante ese francés, en el que despertaste tanta admiración. Y piensa que puedo comprenderte a la perfección, ya que en el fondo soy como tú. Hazme ese favor, Yegor, porque de lo contrario presiento que no podré seguir viviendo como hasta ahora.¡Interpreta para mí lo que tocaste para ese francés!
-Está bien, le complaceré- dijo por último Yefimov-. Pero sepa que había jurado no tocar nunca para nadie ni una sola nota, y mucho menos para usted. No obstante, creo que mi corazón sabrá dispensarme de tal juramento. Tocaré para usted,pero será por última vez, ya que no habrá de oírme nunca más, aunque me ofreciera por ello...¡tres mil rublos![...]
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::.
Trad. Julio C. Acerete-1977-para editorial Bruguera-Tres relatos de F.DOSTOYEVSKI, estudio preliminar Angeles Cardona de Gibert
No hay comentarios:
Publicar un comentario