Un valle al mediodía, y sobre los campos cálidos
preparados para la siega,
temblorosa su clara fragancia, tembolorosa la luz,
temblorosa en el azul la línea de la colina cubierta de bosques,
suena, en alguna parte, un sonido, tal vez una campana.
Suena y no suena el temblor, percibido y no percibido
en ninguna parte, e indescriptible. Mucho y ligero,
un valle remoto.
Quizás detrás de las siguientes colinas, muy cerca,
pero inaccesible detrás de las paredes del tiempo
cubiertas de bosques,
el otro valle.
Y no se une allí la sombra a la cosa que la genera,
no, se unen las cosas a la sombra,
se sitúan detrás, no delante de su sombra, de manera que el hombre
que allí
camina en forma humana parecido al vecino de aquí
con dos pies, que respira y lleva la nariz en la cara,
una imagen de nuestro vecino,
que puede describirse sólo como vecino,
se sustrae ahora a la descripción. Las palabras del aquí
no le alcanzan, y está más allá de la palabra
igual que la centaura allí, igual que la amapola en el campo,
igual que los colores hermosamente multicolores, un
indescriptible una vez más,
imperceptible en la percepción, un sonido detrás del sonido.
Oh, lenguaje, descriptor para sí mismo indescriptible, que busca,
empujando hacia lo indescriptible.
Ninguna palabra viviría si no temblara por el extraño sonido
de otro valle,
por el sonido de un aliento de allí,
que eleva lo descriptible a lo indescriptible,
al porqué sin máscara, y es
el lenguaje sin máscara, por el que lucha el hombre,
su sonido de campana interrogante,
lo inexistente como su ser más profundo,
lo inamante como su más profundo amor,
lo involuntario como su más profunda voluntad,
la disolución de lo humano -su más profunda humanidad,
como presentimiento del otro valle, del valle de una vez más
donde la máscara del lenguaje cae.
Aquí y allí está el hombre, están las cosas,
aquí y allí, una sola vez,
y sólo el dios conoce el sentido del una sola vez, no el hombre;
para él es mudo.
Pero el lenguaje se agita de un lado a otro en la única vez doble,
eco desde el principio, hace rimar el valle con el valle,
rodeados de campos y de bosques,
hace rimar las montañas del tiempo con las cadenas verdemente
infinitas,
oh una y otra vez,
oh lejos y lejos, hilvanado en la rima,
nacido del sentido del una vez más,
descubre al dios en su propio eco.
No ser se convierte de nuevo en ser, desamor, de nuevo en amor,
pero el sin número, en el número,
un rostro que sigue siendo un murmullo de sombras,
un poema que pregunta por la escucha de un eco
y el sentido.
(1946)
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de En mitad de la vida- Hermann BROCH-Edit. Igitur-2007
Traductores: Montserrat Armas y Rafael-José Díaz
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