plano de la casa de Samsa,
plano de la casa de Gregor Samsa, por Nabokov
miércoles, 22 de octubre de 2008
Narciso y Goldmundo (fragm.) HERMANN HESSE
[...]De todos modos, era hermoso vivir. Cogió de entre la hierba una florecilia violeta, acercó a ella los ojos, miró dentro del pequeño y angosto cáliz por el que corrían unas venillas y en el que vivían unos órganos minúsculos, finos como cabellos; allí, como en el seno de una mujer o en el cerebro de un pensador, bullía la vida, vibraba el afán. ¿Por qué no sabíamos absolutamente nada? ¿Por qué no eraposible hablar con esta flor? ¡Pero si ni siquiera podían dos hombres hablar realmente entre sí, pues para ello se precisaba de un azar feliz, de una singular amistad y disposición! No, era una suerte que el amor no precisase de palabras; de otro modo, estaría lleno de equivocaciones y disparates. Ah, recordaba los ojos de Elisa, entreabiertos, como vidriosos en la plenitud del goce, mostrando tan sólo una rajilla blanca entre los párpados trémulos... ¡Ni con millares de palabras eruditas o poéticas fuera dable expresarlo! Nada, ah, nada cabía expresar, ni imaginar... ¡y sin embargo uno sentía en los adentros, reiteradamente, la apremiante necesidad de hablar, el eterno impulso de pensar!
Observaba las hojillas de la pequeña planta y reparaba en la manera bella y
notablemente inteligente corno estaban dispuestas en torno al tallo. Hermosos eran los versos de Virgilio y a él le placían en extremo; pero Virgilio tenía muchos versos que, en punto a pureza y sabiduría, hermosura y sentido, no valían ni la mitad de lo que aquella ordenación en espiral de las menudas hojillas subiendo por el tallo. ¡Qué placer, qué dicha, qué tarea encantadora, noble, trascendental sería para un hombre el crear una de estas flores. Pero nadie era capaz de tal empeño, ni héroe ni emperador, ni papa ni santo.
Cuando el sol estaba ya bajo, emprendió la marcha en busca del paraje que la campesina le había indicado. Y allí esperó. Era hermoso esperar así sabiendo que una mujer venía de camino trayendo consigo amor acendrado.
Llegó ella con un pañuelo de lino anudado por las puntas en el que venía envuelto un
gran pedazo de pan y una tajada de tocino. Luego de desatar el envoltorio, colocó su
contenido delante del joven.
—Para ti —dijo—. ¡Come!
—Después —profirió él—; no tengo hambre de pan sino de ti. ¡Muéstrame las cosas
bellas que me has traído!
Muchas cosas bellas le había traído en efecto: fuertes labios sedientos, fuertes dientes fulgurantes, fuertes brazos bermejos del sol; pero bajo el cuello, y más adentro, era blanca y tierna. Dijo pocas palabras, pero en lo hondo de la garganta cantaba un son dulce y cautivador; y al percibir el contacto de las manos del joven, manos delicadas, cariñosas, sensitivas, como jamás había gustado, su piel se estremeció y de su garganta empezó a salir un manso murmullo como el ronronear de una gata. Conocía pocos juegos amorosos, menos que Elisa, pero tenía una fuerza prodigiosa y apretaba como si quisiese quebrarle el cogote a su amante. Su amor era infantil e impetuoso, sencillo y, pese a su brío, pudoroso; Goldmundo fue muy feliz con ella.
Luego la mujer se marchó, suspirando; lo abandonaba con pena, no podía demorarse
más.
Goldmundo se quedó solo, dichoso y también triste. Hasta más tarde no se acordó del
pan y del tocino, y comió sin compañía; era ya noche cerrada.[...]
Hermann Hesse. Narciso y Goldmundo, 1957
Tomado de Ignoria-Trad. Luis Tobío-
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