Hablaba el alma de los cántaros, debatíase su alma acerca de si eran la misma o si tenían distinta el alma porque uno era un cántaro de agua y otro de vino. Tanto fervor que el hervor se hizo, y explotaron los cántaros, pero sus almas empezaron a recomponer añico por añico a cada cántaro, y cuál fue la sorpresa cuando al separar los que estaban mojados de agua y los que estaban mojados de vino, eran igual en forma y número, exactamente igual en forma y número, entonces las almas aprovecharon la oportunidad de ese descubrimiento, para intercambiarse, la que antes habitaba el agua se introdujo en el cántaro que contenía el vino, y la del vino se sumergió en el que tuvo agua. Ahora eran dos cántaros vacíos, su voz era unísona, profunda, era la misma voz, pero su timbre no era el de antes, sin embargo llegaron a la conclusión de que si permanecían callados, ni ellos mismos podían conocer si habían contenido agua o vino.
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