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El narrador omnisciente-
Yo fuí el único que tuvo la serenidad suficiente para recoger del suelo del parque algunas plumas que se desprendieron del ave rapaz que acababa de llevarse a un niño entre sus garras mientras jugaba con los demás. Eran las doce de la mañana. Los paseantes se pararon en seco y las madres corrieron hacia sus hijos que se refugiaban aterrorizados en sus brazos. Todos se miraban sin poder emitir palabra alguna, y levantaban una y otra vez sus cabezas al cielo, donde apenas ya era distinguible la silueta del pájaro con su presa. Sólo se oían balbuceos, y poco a poco los gritos ensordecedores de los padres del niño cazado, que se mezclaban con las sirenas de la policia, bomberos y ambulancias que llegaron en seguida. Varios policías tomaban declaración a los numerosos testigos, que coincidían en lo esencial: un pájaro robusto cayó en picado sobre el niño, lo prendió fuertemente por los hombros con sus garras y se elevó en el aire desapareciendo en el cielo, con tal rapidez y precisión que nadie pudo hacer algo para evitarlo. A los padres del niño, que apenas podían sostenerse en pie, les trasladaron al hospital más cercano.
Yo sé que no fue ni un águila ni un halcón, ni ninguna otra rapaz, porque recogí las plumas del suelo. Las recogí porque yo soy el narrador omnisciente, sí, pero lo que no sé bien es por dónde empezar a contarles el resto de la historia, o mejor dicho, el origen de esta historia, puesto que el final es realmente que al niño nadie le volvió a ver ni vivo ni muerto. Tampoco sé si debo callar o si debo declarar lo que sé, soy el narrador omnisciente, ya lo dije y no en vano lo dije. [...]
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