Sólo agua de roca tomaba. Ni miel ni langostas comía. Tanto duró el ayuno del ermitaño, que las langostas se convirtieron en plaga fatal para los cultivos de alrededor. Los campesinos subieron al monte a pedirle ayuda, pues tenía fama de sabio y generoso, sin saber que era él quien causó el desastre natural. El ermitaño explicó entonces la verdad, y aconsejó que todos los vecinos empezaran a comer langostas en abundancia, y la plaga se acabaría. Así fue, pero les gustaron tanto las langostas, que cuando el ermitaño creyó conveniente cesar su ayuno y volver a su dieta habitual, no encontró apenas langosta alguna que llevar a su hambrienta boca. Abandonó su cueva y bajó al pueblo a pedir algo de comer y si era posible también, una explicación. Los vecinos habían decidido dejar de cultivar los campos tras comerse todas las langostas; se dieron cuenta de que los sapos y las culebras eran deliciosos, y sencillos de alimentar pues moscas no faltaban nunca en aquellos parajes. Le obsequiaron con un buen guiso de batracios, y una bolsa llena de serpientes en salazón para alimentarse durante una temporada. Pero no volvió de nuevo a su cueva, sino que abandonó aquella comarca para encontrar un lugar donde las langostas y la miel estuvieran a su alcance. Cuenta la leyenda que andando y andando llegó hasta el desierto, donde residió largos años.[...]
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C.Blázquez (de Archeotypos secretos)
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