Nuestras
tropas lograron finalmente irrumpir en la ciudad por la puerta
meridional. Mi sección estaba estacionada en un jardín de la periferia, a
la sombra de cerezos calcinados, y esperaba órdenes. Pero cuando oímos
la estridencia de los clarines en la puerta meridional, nada pudo
detenernos. Empuñamos las primeras armas que nos cayeron sobre los
hombros del compañero más próximo, aullando nuestro grito de guerra:
"Kahira Kahira", galopamos en largas filas por los charcos de la ciudad.
En la puerta meridional, no encontramos ya más que cadáveres y un gran
humo amarillo que pesaba sobre el suelo y lo cubría todo. Pero no
queríamos ser sólo la retaguardia y por eso nos metimos enseguida por
algunos estrechos callejones laterales que hasta entonces se habían
visto libres de lucha. La puerta de la primera casa voló en astillas al
primer golpe de mi pica, e irrumpimos en el pasillo con tal furia que al
principio chocamos entre nosotros. Un viejo nos vino al encuentro por
un largo corredor vacío. Viejo extraño: tenía alas. Grandes alas
desplegadas, cuyos bordes externos superaban su propia estatura.
—Tiene alas —grité a mis camaradas, y los que estábamos al frente
retrocedimos un poco, todo lo que nos lo permitieron los que teníamos a
la espalda.
—Ustedes se maravillan —dijo el viejo—, pero todos nosotros tenemos
alas, pero no nos han servido de nada y, si pudiésemos nos las
arrancaríamos.
—¿Por qué no huyen volando? —pregunté.
—¿Huir volando de nuestra ciudad? ¿Abandonar la patria? ¿Nuestros muertos, nuestros dioses?
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trad. y notas Carmen Gauger, edit. Alianza
4 comentarios:
Las auténticas alas, no la de los aviones que acarrean huidiza carne turística de un continente a otro; las alas, aunque a veces pueda parecer lo contrario, no están hechas para huir sino para permanecer a "la altura" de las circunstancias.
Salud!
Pocos lo consiguen, Loam, ciertamente es una difícil situación. Como si fuera una crónica de estos días de la matanza en las plazas de Rabaa al Adawiya y de Al Nahda, en El Cairo, leo este visionario escrito.
Salud
k
La fogonera... La fogonera... Casi que podría escribirse sin separación: Lafogonera (como se pronuncia en realidad), pues toda la palabra es un rotundo y esplendoroso acento.
No hay en toda la Internet blog con epígrafe tan hermoso.
Hacía tiempo que quería decírtelo. ¡Ea!, ya me he quedado tranquilo.
Salud!
La fogonera quiso ser un relato no escrito de Kafka, y es él quien intenta enseñarme ese oficio, no el más antiguo del mundo, jejeje, pero bastante antiguo, de cuando los oficios había que aprenderlos, la fogonera siempre es aprendiza, esa es su condición, y se alegra de la red que le permite hacerlo y hallar cómplices por terrenos arrezafes, donde ninguna planta se desaprovecha
Salud
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